Ya he comentado en algunas ocasiones, que el Premio Nóbel de Literatura se había convertido para mi en fuente de descubrimiento de magníficos autores. Una de ellas ha sido Louise Gluck, y de las más gozosas, porque además ha supuesto volver a descansar en la poesía, un género literario que tenía bastante abandonado.
Me acerqué con Vida de Pueblo y me atrapó su aparente sencillez,
pero no podía ser sencillo algo que transmitía esa serenidad, esa belleza. O
quizás ahí es donde estuviese la belleza, en volver a la esencia de las
palabras y de la mirada.
Luego, Noche fiel y virtuosa, nos ofreció su visión del
tiempo cansado, de la decadencia asumida desde una inteligente aceptación de la
vida, sin olvidar que la mirada puede seguir siendo la misma y volviendo
hermoso aquello que toca, cuando le deja ser lo que es.
Por último, Meadowlands nos regalaba la fabulación del
verso, como contar la propia historia de se desamor, convirtiendo en íntima una
epopeya mitológica.
Gluck me llena, me serena, me transmite paz y me enfrenta al
mundo desde la aceptación de todo lo que contiene.
He tardado en escribir sobre su pérdida. No quería prisas, a
ella no le habrían gustado. Concluyo con un agradecimiento pleno y la promesa
de no dejar, como los niños caprichosos, sus regalos sin abrir, y así seguir
encontrándonos en sus versos sabios.
Público
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