POESÍA: UNA VIDA DE PUEBLO de Louise Gluck

 

Pretextos

170 páginas

Siempre espero la concesión del Nobel de Literatura, tengo que reconocer que más que como la celebración de un reconocimiento, como la oportunidad de un descubrimiento. Herta Muller, Jellineck, u Olga Tokarczuk eran desconocidas para mi hasta que se lo concedieron, ahora las admiro y las disfruto.

Tampoco conocía a Louise Gluck. Me tranquiliza pensar que en España apenas había publicaciones suyas gracias a Pretextos. No era el único. Y dispuesto a superar esta ausencia busco un libro suyo, cualquiera, y llego a Una vida de pueblo.

A medida que me hago mayor, admiro más la sencillez, la veo como la verdadera concusión de la inteligencia. La utilización adecuada de las palabras, exige entenderlas en su esencia y poder percibir su color y su textura. Esto permitirá combinarlas para extraer significados íntimos, para dibujar cuadros nítidos, de líneas precisas, pero también extraer un sonido, algo que se dirige directamente hacia la belleza.

La mano de Gluck, su cerebro, su sensibilidad, es capaz de todo eso. 

Una vida de pueblo habla de la existencia cotidiana en un entorno rural de América, un lugar pequeño, de relaciones cercanas y también de secretos, de tradiciones que se repiten como se remite el tiempo, de una naturaleza que coexiste pero sin sentir obligaciones por los humanos.

Ahí es donde las pequeñas cosas adquieren la consistencia al ser contadas de forma minuciosa, al detalle. Podemos sentir y admirar lo que ocurre con otro ojos, gracias a una voz que crea metáforas no como figuras linguisticas sino como otra forma de narrar. 

Sus textos, son evocadores, tiene la belleza y la inteligencia que antes citaba, la de la sencillez, y consiguen ligereza, como si estuviesen flotando. 

La experiencia de leerla es gozosa, casi como volver al origen de las palabras, a su misión primera, y, porque no, a un lugar desde el que dudar sobre el sentido de la vida, del paso del tiempo, de las pequeñas cosas que nos convierten en lo que somos. No hay idealización del entorno, pero tampoco sordidez, Glucks se queda en un lugar intermedio: la verdad.

Hermosas páginas, que suenan siempre a recuerdos. Fotografías acariciadas por la realidad.

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