NOVELA: LA PENÍNSULA DE LAS CASAS VACÍAS de David Uclés

 

Siruela

700 páginas.

No era el libro que buscaba. De hecho esa tarde en la librería La Buena Vida intentaba decidirme entre otros dos cuando lo vi. No sé muy bien porque se me ocurrió preguntarle al librero, quizás porque me gusta mucho preguntar y también me gustan las sorpresas. El caso es que salí de allí con las setecientas páginas de La península de las casas vacías y dos semanas de navidad por delante, con mucho más tiempo para la lectura del habitual.

Tengo claro (y no intentéis convencerme de lo contrario porque hay verdades que se convierten en tales para mi por  decisión más que por fe ) que hay ocasiones en que son los libros los que eligen a sus lectores y no al contrario. A mi me ocurrió en este caso, porque tengo claro que esta novela ocupará para siempre en mi catálogo personal un lugar importante. Y, cuando esto ocurre, la relación es personal e íntima.

Creo que es difícil para cualquiera hablar de la Guerra Civil desde una pretendida neutralidad. Todos tenemos ancestros que la han vivido, todos hemos escuchado historias de uno u otra lado. Hemos crecido con ese pasado que a los jóvenes de ahora les queda ya tan lejos. Leo que Uclés lleva quince años trabajando en este proyecto; es por lo tanto su interés, anterior a la posible politización del conflicto por ambas partes. Y quizás sea esa una de las razones que hace diferente esta novela: su vertiente es humana, absolutamente humana.

En mi memoria personal por supuesto no está nuestra guerra de forma directa. Gran parte de mi memoria la componen los libros que he leído. Y entre esas lecturas, recuerdo con fascinación el descubrimiento de García Márquez. Desde entonces, recibo con recelo las referencias al realismo mágico después de caer con algún imitador sólo capaz de un tinte estético. Por esto, me siento sobrecogido cuando entro en las páginas escritas por Uclés y me siento transportado a un lugar ubicado  entre lo abstracto y lo concreto, donde se materializa la poesía y las metáforas se hacen carne y sangre desde la alquimia de las palabras.

Podría pasarme días hablando de La península de las casas vacías. Es un libro que me ha envuelto, me ha atrapado y es mi ahora mi libro: esa mixtura entre sus paginas y mis percepciones. Una crónica ambiciosa, inabarcable, de personajes y situaciones, grandes y pequeñas historias, impactos que llegan al cerebro y al corazón, dolor y humor, ira, ruido y furia, y por encima de todo, almas que caminan en el desconcierto. 

No hay cortinas que oculten la bestialidad, no se pretende, sea del lado que sea. Pero quizás el color nos ayude a entender algunas cosas de lo incomprensible. El autor estructura con total libertad a través de cortos capítulos, de citas desesperadas de intelectuales, de arengas de quienes de uno u otro lado condenaban a la población. De reflexiones de un narrador siempre presente, de análisis, de previsiones. De inteligencia y de maestría. Y con todas esas piezas compone un libro grande, único, sorprendente, imperfecto e inolvidable.

Termino consciente de lo poco que de dicho y me imposibilidad de transmitir todo lo que he recibido de este libro y el dolor inmenso que me deja su última frase. Sólo puedo prometer que no olvidaré esta novela, ni a este autor, generoso. Ni a esa familia, que podría estar condenada a vivir cien años de soledad.

Público

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