Random House
208 páginas
Disponible en ebook.
La relación de Hang Kang con la violencia me resulta fascinante. Las tres novelas suyas que he leído la tratan de diferente forma.
En el caso de La vegetariana es un comportamiento familiar que nace del desconocimiento de las personas que tenemos cerca y la necesidad de que se sigan comportando según nuestras expectativas.
En Imposible decir adiós es una especie de rastro que permanece empapando recuerdos en un estado onírico de una belleza que atrapa por contraste.
Actos humanos es, creo, un paso más allá.
La autora nos habla de una masacre que el ejército lleva a cabo contra la población civil indefensa que se manifiesta en contra de una dictadura. Un hecho histórico ocurrido en su país en los años ochenta. Si bien existe un personaje que hace de hilo conductor entre las diferentes partes que componen el relato, es sólo una sombra difusa percibida por los demás. Lo relevante es la coralidad, el nivel de afectación del suceso en el entorno.
Porque Actos humanos viene a ser algo así como una autopsia meticulosa del suceso, la recreación rigurosa de las muertes y torturas, del estado de los cadáveres y su corrupción, de la impersonalidad frente a la muerte. Pero también de la búsqueda y la pérdida y de la lacra moral que deja en todos los que, de alguna manera, estuvieron relacionados con el suceso. La verguenza de hacer sobrevivido, la necesidad de tener que asumir la fatalidad.
El lenguaje de Kang es preciso y hermoso, el resultado una extraña mixtura entre la crónica y la poesía, pero lo que convierte en especial su relación con la violencia es sin duda la posición, un equilibrio perfecto entre la distancia y el compromiso, totalmente ajeno a cualquier efecto dramático innecesario. Probablemente sus novelas, que relatan situaciones concretas, hablen de mucho más: de un mundo que va avanzando en crueldad y del aislamiento del ser humano contemporáneo que quiera mantenerse al margen del contagio, para sobrevivir en el extrañamiento. Posiblemente esto tenga algo que ver con la propia autora.
Me ha costado familiarizarme con la voz de Hang Kang, aceptar su aridez y su visión nada complaciente, su artificio que ahora identifico con un compromiso individual con cada una de sus obras. Y sin embargo ahora reconozco, como me ocurrió con Herta Muller o con Tockarzuk, que de nuevo el Nobel de Literatura me ha proporcionado un apasionante descubrimiento. Me resulta fascinante por otro lado que un autora tan difícil esté conquistando posiciones en las listas de libros más vendidos con cada nueva edición, definitivamente algo está cambiando.
Público
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