Director .-
Sean Mathias
Intérpretes.-
Ian McKellen. Jonathan Hyde. Jenny Seagrove. Francesca Annis. Steven Berkoff. Frances Barber. Alis Wyn Davies. Emmanuella Cole. Ben Allen.
La historia de este Hamlet con Ian McKellen merece contarse.
En el año 2021, como primera representación teatral abierta al público sin
restricciones después de la pandemia, este insigne actor y director británico
decidió participar en la que para muchos es la obra cumbre de su autor y una de las
referencias del teatro universal, reservándose el papel protagonista. Con más
de ochenta años, se atrevería a convertirse en el joven príncipe danés.
Supongo que cuando posteriormente, en 2024, se decidió hacer la versión filmada, alguien tuvo la excelente idea de no olvidar las
condiciones en las que probablemente se ensayó entonces, convirtiendo esta
propuesta en un recordatorio de esos años oscuros de dolor donde la cultura ( y
el teatro filmado que por ejemplo ofrecía gratuitamente el National Theatre)
fue, para muchos, una de sus tablas de salvación.
Así, todo comienza en blanco y negro, con la llegada del
actor a un vacío Royal Theatre, en un desértico Windsor. En su interior, y como
un acto de resistencia frente a la desesperanza, se representará una de piezas
teatrales más hermosas nunca escritas. Para ello, un grupo de actores, sin
importar sexo ni edad, habitarán los diferentes rincones del edificio, donde no
encontrarán belleza ni luz, sino la verdad de un teatro resucitado que siempre
podrá hacer frente a cualquier desastre. Para ello, se le pide al espectador,
que ponga su corazón en la palabra escrita y en la voz y el gesto de esos
actores que, algo extraño para el género dramático, la filmación hará eterno.
Algo parecido recuerdo con el Romeo y Julieta del National Theatre que sustituyó la esperada representación por otra filmación parecida a esta en lo que se refiere a entorno, el propio teatro, y la huida de las referencias históricas. Pero hay una diferencia importante en cuanto a su textura, generada por el momento:
En el caso de los amantes de Verona, estábamos entrando en un periodo de incertidumbre y el teatro estaba ahí para darnos aliento y decirnos que el arte siempre nos acompañaría. Había luz y esperanza.
En el del príncipe danés, todo ha terminado, hay millones de muertos y
sentimos que nos despertamos de una pesadilla, y en este caso, el teatro está
ahí para decirnos que nunca terminarán con aquello que el ser humano puede
crear desde su alma, y para cogernos de la mano y elevarnos de nuevo al cielo
desde el luto. Pero es difícil olvidar la oscuridad.
Es un ejercicio hermoso que, personalmente, deja al margen
todo lo demás, poco puede decirse de la maestría de este conjunto de actores,
todos veteranos curtidos, o de la inteligente geografía que nos ofrece la obra.
Desde la versión de cuatro horas de Branagh, todas las demás me parecen un poco
concentradas. Esta es quizás la que otorga al papel principal un nivel más reflexivo, menos vital, y
avanza un poco más en las posibilidades de la locura. En cualquier caso, creo
que directores y actores ingleses saben hacer Hamlet desde que nacen.
No sé porqué, pero para mi esto es teatro, no cine. Y desde
la pandemia, he aprendido a ampliar mi visión de lo que debería de ser
considerado de una forma u otra. Digamos que la cámara permite al escenario
incrementar sus posibilidades narrativas, pero que no por ello pierde su
naturaleza. En este caso, para demostrarnos que todo es posible: que un anciano
se convierta en un adolescente vengativo y sobrevivir al infierno.
El teatro no morirá nunca.
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