CINE: GUNDA de Viktor Kossakovsky

 

Noruega 2020

Documental.

En un año tan atípico como este, ha habido consecuencias positivas para el cine. Una vez que las grandes productoras han decido postergar gran parte de sus estrenos importantes, ha habido espacio para ver y hablar de rarezas que, de otra manera, habrían desaparecido.

Posiblemente dentro de esa lista Gunda ocupe un sitio de honor por la radicalidad de su propuesta, y por los excelentes resultados.

La película es un documental, centrado en el mundo animal. Hasta ahora nada raro. Este era el tema de la mayoría de los documentales que conocimos antaño, y en esta temporada, Lo que el pulpo nos enseñó, ha sido un éxito muy premiado.

La extrañeza empieza en lo biológico: ¡los protagonistas no son animales exóticos de habitats lejanos. No. En los noventa minutos de Gunda vamos a ver gallinas, vacas, y sobre todo, cerdos. Además, la propuesta visual es en blanco y negro. Y, finalmente, no hay  ningún texto explicativo, ni una sola palabra en todo el metraje, la historia se explica por si misma.

La película se inicia con Gunda, la cerda protagonista, dando a luz a una camada de cerditos que, desorientados, buscan sus ubres de su madre. Ellos serán la línea argumental, su crecimiento, sus juegos, sus descubrimientos, y ese final que no quiero adelantar. 

Además, el director incluye otros personajes, sus compañeros de granja. Y con ellos, crea una especie de piezas individuales en las que realiza una mágica trasposición: esta propuesta no  puede estar más alejada de la personificación modelos Disney y, sin embargo, consigue con su cámara meticulosa dotar a cada uno de los animales de personalidades singulares.

Las gallinas y los gallos son sin duda la parte perversa, como denota la fealdad y lo dañino de sus garras, sus miradas esquinadas, la existencia de una de ellas coja, como un pirata. Las vacas representan la madurez, la serenidad incluso cuando las moscas quieren estropearles el día, la sabiduría que traspasan desde el fondo de sus ojos. Y nuestra familia porcina nos llena de ternura con su vitalidad y su inocencia, como unos niños un poco desobedientes ante una estricta pero generosa matriarca.

Creo que lo más importante de Gunda, la principal aportación de su director es que nos invita a aprender a mirar. Las imágenes en blanco y negro son muy bellas y también muy precisas. Además, se afanan en los detalles, creando las piezas que componen un todo. Pero, sobre todo, Kossakovsky maneja el tiempo con una total serenidad, sin prisas, deleitándose en la realidad y permitiéndonos gozarla. Con eso, la cinta puede compararse con una especie de poema visual, lleno de, que anacronismo, diferentes comportamientos humanas en un elevado nivel de pureza.

Gunda, como cualquier documental, siempre nos deja con la pregunta de como ha conseguido rodarse. El estilo que impone su director transmite una limpieza absoluta, una transparencia muy narrativa, fluida. No hay errores, todo el material parece perfecto. Y es difícil pensar que los protagonistas no son unos excelentes actores. En su factura, la cinta es de una calidad sobresaliente.

En definitiva, hemos tenido la suerte de poder conocer Gunda, de, una vez más, constatar que el cine es un arte abierta a todo, aun capaz de sorprendernos, un campo magnífico para valientes. Cine, cine, cine. 

Público

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