TEATRO: LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA de Ramón María del Valle Inclán

 

Director.-

Ainhoa Amestoy

Intérpretes.-

Roberto Enriquez. Nacho Fresneda. Lidia Otón. Ester Bellver. Miguel Cubero. Pablo Rivero Madriñán. José Bustos. Iballa Rodríguez.

Hay dos características fundamentales de esta, lo digo ya, excelente, versión de Valle Inclán: el respeto y la ambición.

El respeto se demuestra con la traslación del texto de Los cuernos de Don Friolera al escenario, en todo su volumen. Por un lado, sin recortes que pudieran aligerar las más de dos horas del espectáculo, escenas reiterativas o ajenas a la trama principal; en segundo lugar, y más importante, en la inclusión de las acotaciones que, siendo uno de los valores más destacados de su autor, permanecen habitualmente reservadas a la lectura de la obra, no a la representación. Aquí, sin embargo, recitadas por sus intérpretes, forman parte de una representación que con ello adquiere otro nivel narrativo, posiblemente más adecuado a su naturaleza. Tampoco se elude la repetición de la historia en sus tres modelos: títeres, actores y romance de ciego.

En cuanto a la ambición, Ainhoa Amestoy, opta por crear un espectáculo extrañamente reposado dentro de su esperpéntico barullo, tomándose su tiempo para acotaciones musicales, pequeños bailes y la creación de figuras. No creo que haya muchísimos recursos encima del escenario y, sin embargo, tiene el aire de una gran producción: por ese escenario magníficamente funcional y lleno de posibilidades, el inteligente vestuario, y , sobre todo, por el movimiento que hace que siempre estén pasando cosas y que parezca que en lugar de ocho actores, en el escenario hay ochenta.

El tono es también perfecto, ese equilibrio entre la caricatura y la realidad. El equipo de intérpretes, tan juguetones y grandiosos como habría gustado a su autor, parecen divertirse tanto como nosotros pero sin dejar en ningún momento de ofrecernos creaciones excelentes.

Posiblemente Los cuernos de Don Friolera no se el mejor texto de Valle, pero si de los que transmiten de forma más evidente su opinión sobre la España vieja y su burla a los estamentos y a la tradición, creando, frente al honor calderoniano, una tragedia chusca, cutre y patética. En esta representación está el autor, con todas sus barbas, su sarcasmo y su poesía de garrafón. Eso es lo que hay que agradecerle a Amestoy y a toda su pandilla: habérnoslo entregado con cariño.     

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