Avizor Ediciones
190 páginas
Me cuesta mucho en ocasiones comentar novelas que, presiento, tienen mucho de historia personal. Sólo cuando la generosidad, la necesidad de contar y el buen hacer literario son plenos, pueden dar como resultado obras mayores como La novela de mi vida de Padura. Hasta esa altura, existen niveles de pudor que en ocasiones lastran el resultado o pueden dejarlo en tierra de nadie.
Por circunstancias personales, conocí la situación de Colombia ante la oferta de la firma del acuerdo con las FARC para alcanzar el desmantelamiento de la guerrilla y, con ello, alcanzar una paz para algunos demasiado cara y poco respetuosa con las víctimas.
Con estas dos variables, emprendo la lectura de Cartago, una nueva propuesta de Avizor, este proyecto editorial que tanto me gusta. Y el inicio me atrapa, por un lado en su planteamiento de thriller y, por otro, en la rapidez y la claridad con la que se afronta el conflicto. Un joven, ajeno a la política, a pesar del activismo de sus padres en otros tiempos, que llevó a su padre a ser víctima de un asesinato, conoce a alguien que le ofrecerá el nombre y la localización del sicario que lo convirtió en un huérfano.
Daniel Cristancho escribe bien, es capaz de hacer que la trama avance. El problema de su novela es que me sabe a poco y deja poco margen para que el lector pueda tomar sus propias decisiones. El thriller está apenas esbozado; la reflexión sobre la memoria no llega lejos y tengo la sensación de que se queda al servicio de una opinión política quizás excesivamente contundente frente a un tema que, por lo menos, debería de admitir fisuras, y además tampoco se ofrece un argumentario sobre el que se pueda sostener. Por último tampoco encuentro claramente definido el arco de los personajes.
No es una mala novela y creo que ofrece una buena posibilidad para asomarse al conflicto de un país mágico y feroz, habitado por gigantes. Pero mi sensación es que se plantean demasiados temas para tratarlos con profundidad suficiente y que la vinculación política del texto, pesa más que la narrativa. Y quizás esto último, sea lo que me dificulta más sentirme cómodo con su lectura, esa ambiguedad con la que en algunos ámbitos se trata la memoria y el recuerdo, olvidando que la justicia jamás debe de ser selectiva y los sentimientos deben de intentar siempre ser un camino a la verdad y no un obstáculo para alcanzarla.
Público

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