China 2024
Zhao Tao. Li Zhubin. Ren Ke. Pan Jianlin. Zhou Lan. Zhou You.
Zhang Ke es un magnífico director, eso no es cuestionable, pero lo que convierte su obra en singular es su compromiso con contarnos la historia de China desde una posición crítica, capaz de mirar al futuro pero también, muy especialmente, de reivindicar la justicia con el pasado.
Su visión se centra siempre en las personas, desconcertadas e intentando flotar en las mareas del tiempo y de la Historia. Los coloca en paisajes que combinan la fastuosa naturaleza del país con geografías urbanas mutando hacia lo impersonal y dejando a su paso ruinas donde se entierran las almas de sus habitantes.
A la deriva es en puridad una historia de amor que dura veinticinco años. Pero lo más importante es como se pone en imágenes, convirtiéndola casi en otra crónica. De hecho, apenas hay diálogos, y es sorprendente todo lo que se nos cuenta ofreciéndonos tan poco. Conocemos a la pareja, su separación cuando el decide buscar nuevos horizontes, la búsqueda que ella emprende, su encuentro.
Y en ese camino se nos ofrece una crónica casi documental con varios capítulos:
De una ciudad de provincias abriéndose a principios de siglo a un nuevo capitalismo, posteriormente, de la construcción de la Presa de las Tres Gargantas, convirtiendo en ruinas muchas de las localidades adyacentes y generando un ambiente propicio a la corrupción, algo, esto último, que se concreta perfectamente con una precisión quirúrgica y muy pocos elementos.
En definitiva, la depuración narrativa está llevada al máximo. Casi a la abstracción. Como si dentro de un documental, se dibujasen las líneas breves de una historia. Aun así, no por ello Zhang Ke pierde el respeto a sus protagonistas, y por ello les regala y nos regala, un hermosísimo epílogo que nos lleva al año de la pandemia. Un final empapado en tristeza pero quizás también de esperanza.
Hay muchas cosas en A la deriva, que por ello me transmite muchas sensaciones. La más importante, la del paso del tiempo, su inexorable caminar. Y, en ello, recordar que vivir es el único arma de resistencia frente a sentirse arrastrado por la historia.
El director pues lo hace de nuevo. No renuncia a su escenario local pero llevándolo a la universalidad, y buscando una vez más una caligrafía adecuada.
Cine con mayúsculas.
Público

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