Director.-
Juan Mayorga
Intérpretes.-
Javier Gutiérrez. Luis Bermejo. Natalia Hernández. Alba Planas
Pues posiblemente ayer debería de estar yo menos inclinado a
pensar. Y voy a contar porqué lo digo.
De Mayorga me gusta yo creo que todo, la intelectualidad de
su narrativa, el cosmopolitismo de sus contenidos, su capacidad para crear arquitecturas
teatrales. Dentro de sus obras en los últimos años, me fascinó El Gólem, una
pieza sobre la fuerza de la palabra que podía ser críptica en su conjunto y
que a mi me pareció un ejercicio de complejísima reflexión disfrazada de
thriller oscuro.
Creo que Los Yugoslavos tiene mucho que ver con esa
propuesta, fundamentalmente en el planteamiento. Aunque donde allí había drama, aquí hay comedia.
Todo comienza en un bar, con un escena imprevisible entre un
camarero y un cliente. El primero le pide al segundo que le ayude a sacar a su
mujer de la situación de afasia y silencio en que parece haberse encerrado
desde un año antes.
A partir de ahí se desarrollará una arquitectura delicada,
de pequeñas piezas que, al tiempo que caminan hacia la resolución del misterio
( ¿ a que se ha debido el cambio en su actitud? ¿ que hace cuando está sola? ¿
va a ser esa una situación eterna? ) y va creando otros ( ¿ es de
verdad el cliente un buen hombre? ¿ cual
es la relación con su hija? ). Todo funciona abriendo y cerrando
puertas, pero avanzando siempre por un pasillo, en penumbra, en que el
autor nos lleva de la mano a golpe de palabras, giros y sorpresas..
Y mientras nos atrapa, Mayorga rinde un homenaje a ese lugar
tan español que son los bares, donde las vidas parecen remansarse para ser lo
que desean o lo que realmente son, donde existir tiene otra cara, y donde la
belleza y la fealdad pueden ser sólo palabras.
Al final, Los Yugoslavos puede estar hablando de muchas
cosas. De la fuerza de una frase que llega de repente y puede cambiar la vida
de quienes la escuchan, una historia de amor un poco triste, un canto a la
fraternidad , y estoy seguro de que puede ser base de un ejercicio de reflexión
apasionante.
Pero francamente la he disfrutado como un cuento intelectual encantador, divertido e hipnótico, como un juego del autor con su público, como un ejercicio de puro teatro gozoso. Y como tal me ha parecido un montaje a disfrutar. Lo dicho: ayer no estaba para pensar. Tampoco hace falta estar pensando siempre ¿no?.
Público

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