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Recuerdo Las aventuras de Tom Sayer como uno de los libros de mi infancia. Huck Finn era un personaje secundario. Más adelante supe que las aventuras de este último estaban consideradas como una clásico de la literatura norteamericana. La leí ya mayor y la verdad es que me pareció magnífica pero mucho más adulta de lo que esperaba, en especial en lo que se refiere al tratamiento de la esclavitud. El hecho de que mantuviese un ligero sentido del humor y la textura ( y posible opción de lectura ) de la novela juvenil, generaba un contraste encantador y punzante al mismo tiempo.
Ahora James recupera la historia pero cambiando el punto de vista. El narrador y el centro de la odisea será el negro Jim, el esclavo. Y a lo largo de estas trescientas páginas recuperará su nombre.
Pero vayamos por partes:
Todo comienza con una reivindicación. Los negros no son menos cultivados que los blancos sino todo lo contrario. Nuestro protagonista se ha instruido gracias a su acceso a la biblioteca de su amo, es un hombre capaz de reflexionar, pero en lo que se refiere al lenguaje son todas las personas de color las que fingen un tono que haga sentirse a sus propietarios superiores y más seguros. Esta atrevida licencia convierte James en algo singular, muy rico, y, en principio, divertido.
Porque ese es el engaño. La novela comienza aparentemente ligera. Dado que los diálogos son frecuentes, la lectura es muy ágil. Eso sí, poco a poco van apareciendo imágenes que nos recuerdan que estamos hablando de lo que fue una tragedia para multitud de seres humanos.
Casi sin que nos demos cuenta, la historia se va oscureciendo. A fin de cuentas, estamos hablando de seres humanos tratados como mercancía, como animales capaces de ser "criados", y de seres humanos ( y eso nos lo recuerda y recalca Everett ) tan inteligentes como para poder sentir la rabia de la injusticia más feroz.
Además, sí, hay un retrato minucioso y descriptivo de una época, y unas colección de aventuras que hacen avanzar la narración. Se respeta el mito aunque se presente desde una perspectiva diferente.
En los últimos capítulos la reflexión es más frontal: la identidad tiene mucho de lo que nosotros creamos o de lo que crean los demás. Ese hallazgo para el que se utilizan varios personajes, creando un juego de espejos, es la forma más contundente de enfrentarnos a la realidad. No hay lugar a las dudas, y posiblemente tampoco a la resignación.
La personalidad del personaje principal, la importancia del lenguaje entre esclavos, la ceguera de los blancos.... todo ello nos deja en un momento una sensación de distopía. No olvidemos que, a pesar de las licencias de esta magnífica novela no lo es: hubo un tiempo en que unos seres humanos se creían con el derecho a poseer a otros por el color de su piel, y siguen existiendo, lamentablemente, sus herederos.
Público
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