Supongo que podría entenderse como una reacción inteligente:
ahora que las series empiezan a ocupar parte del espacio que ocupaba
tradicionalmente el cine ( tiempo, por supuesto, pero sobre todo, niveles de
producción ), Kevin Costner decide llevar el cine a ese terreno.
Y no nos confundamos, no me refiero al modelo trilogía como
podría ser El Hobbit o El Señor de los Anillos. El proyecto Horizon es otra
cosa. Su estructura es la de varias historias cruzadas y su primer capítulo,
cumple con la labor “televisiva” de presentarnos a los personajes. No sólo eso,
sino que al finalizar esta primera entrega nos encontramos con un epílogo
visual un poco largo que es, nada menos, que un “en el siguiente episodio….”.
Por lo demás, el proyecto de Costner tiene mucho de
fidelidad a unos mismo. Creo que su primer western fue Silverado de Lawerence
Kasdam, y a partir de ahí, ha sido fiel al género, hasta el punto de dirigir
Bailando con lobos. Pero lo que convierte esto en un producto totalmente
honesto es su adscripción al clasicismo más transparente. Desde que Clint
Eastwood con Sin Perdón convirtió el western en crepuscular, nadie se había
atrevido a una resurrección tan contundente. Horizon es totalmente Sesión de Tarde,
una película donde todo encaja en los lugares comunes del cine de vaqueros de
toda la vida y donde es muy difícil perderse.
En este primer capítulo, se esbozan, como ya hemos dicho
varias historias con múltiples personajes, todos ellos, de alguna manera,
alrededor del asentamiento que da título al film y que al inicio será tan sólo
una tierra abandonada a merced del ataque de los indios. Hay indios buenos y
malos, cazarecompensas y forajidos, hombres sin pasado y otros, igual de duros,
que descubren que son capaces de enamorarse, caravanas en busca del futuro. Y
eternas praderas, por supuesto, en una producción excelente.
Se le pueden achacar muchas cosas. Es cierto que, por ahora,
le falta grandeza, también que sabe a larga introducción y que todo lo que
cuenta nos parece conocido. Pero yo me quedo con su sinceridad, su amor a lo
que cuenta, y el recordatorio de tantas y tantas horas delante de un televisor
o una pantalla grande, escuchando tiros y viendo carreras con una ilusión pura
que recupero un poco en este ejercicio de nostalgia.
Público
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