TEATRO: EL CUERPO MÁS BONITO QUE NUNCA SE HABRÁ ENCONTRADO EN ESTE LUGAR de Josep Maria Miró

 


Director.- 

Xavier Alberti

Intérpretes.-

Pere Arquillué

A la hora de hablar El cuerpo más bonito... necesito disociar en un inicio el texto de Josep Maria Miró de la propuesta escénica que nos ofrece Xavier Alberti estos días en el Teatro de la Abadía, a donde, por cierto, siempre es un placer regresar.

Todo comienza con el hallazgo de un cadáver mutilado en las afueras de un pueblo. Es el de Albert, un muchacho de diecisiete años que vivía solo con su madre, desde que su padre se había suicidado unos años antes. Y, lo que parece que va a ser un thriller criminal, pronto se transforma en otra cosa, porque pronto seremos conscientes de que lo que menos importa es quien es el asesino. El autor opta por una propuesta arriesgada desde el punto de vista teatral, y es construir la pieza a partir de cinco monólogos, el primero del muerto, y a partir de ahí, de diferentes personajes que estuvieron entrelazados en su corta vida.

Miró dibuja un sórdido paisaje rural, que comienza en drama y termina en tragedia de dimensiones bíblicas, casi una plaga que responde al acumulado silencio de los pecados con la maldición de la belleza inalcanzable. Todo culmina con lo más parecido a un martirio sacrificial, que mantiene una llama de extraña pureza mientras a su alrededor, las historias de odio, hipocresía y corrupción, se convierten en fango.

Puede haber algún momento en que la oscuridad y la acumulación nos ponga al límite, pero el autor lo sortea y consigue que nos quedemos prendidos de esta historia que, a pesar de contar con ráfagas de humor y de ternura, nos hace visitar el infierno.

Xavier Alberti opta por acumular el riesgo, y lo hace desde la aparente sencillez. Es sólo un actor el que interpreta los cinco monólogos, tres hombres y dos mujeres. Lo hace de pie, en el centro de un escenario vacío y sólo iluminado por un foco de pie. Además, actúa desde la contención, con apenas movimiento y un repertorio gestual minucioso pero limitado. A lo largo de los cien minutos que duda la función, pocos efectos: un lienzo sangrante al fondo, apenas dos minutos de música, alguna actuación de las luces... 

Para atreverse a esto, estoy seguro de que un director tiene que estar muy seguro del material con el que cuenta. El texto está claro, queda el actor. En este caso, es indispensable que este se convierta en un médium entre el autor y el público. Y Pere Arquillué es capaz de eso y de mucho más. 

No sé como expresarlo, pero baste decir que durante los cien minutos que estuve allí sentado, en ningún momento sentí pasar el tiempo y no dejé de pensar que estaba asistiendo a algo realmente mágico. Porque el teatro lo es. Y lo que ayer tarde disfruté en la Abadía, fue algo maravilloso. Inolvidable.

Público

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