David Verdaguer. Carolina Yuste. Marina Salas. Pedro Casablanc. Ramón Fontseré. Csndela Serrat. Sigfris Monleon. Mateldi Muñiz.
Para quienes estamos ahora en la cincuentena, Eugenio es un referencia. Un cómico que cambió radicalmente la estética de estos profesionales, con una personalidad única y un humor inteligente y blanco.
Personaje icónico de una España que ya estaba inmersa en su cambio y donde el mundo del espectáculo brillaba a través de las actuaciones en directo y de la televisión, con todo su esplendor algo casposo donde sin duda también habría algunas sombras.
Me gusta mucho, por regla general, la obra de David Trueba, tanto literaria como cinematográfica, me parece encantadoramente ingenuo a la hora de plasmar sus historias y la ternura con la que mira a sus personajes, incluso cuando se trata de tramas que pueden tener un punto sórdido como ocurría en alguno de los relatos cruzados en Saber perder.
No extraña por lo tanto la opción que elige para este retrato del personaje. La película es un homenaje donde nos cuenta el inesperado éxito que lo llevó a la fama. La columna vertebral la compone la historia de amor que mantuvo con Conchita, una cantante que le fascinó desde que la vio por primera vez y con la que tuvo dos hijos. Permanecieron juntos hasta el fallecimiento de ella por un cáncer.
Como decía antes, sin duda habrá sombras, pero el director, fiel a si mismo, decide que no será él quien exponga la cara menos amable del personaje. Apunta esquinas, pero simplemente lo hace para que no se le pueda acusar de inocente. Lo suyo no es ignorancia sino elección. Eso me gusta, es bonito. Y Trueba nos lo cuenta como siempre con cariño y con delicadeza, apoyándose en dos intérpretes extraordinario.
Otro valor de la cinta, posiblemente la que más me gusta, es la crónica de la España de entonces. No sé si, aparte del excelente trabajo de producción y guion, tiene algo que ver la nostalgia que me produce haber vivido y disfrutado aquellos años. También aquí, el autor decide que la oscuridad la cuenten otros aunque queden ligeramente apuntados aspectos como el machismo imperante, y una vez más, queda claro que es una elección.
El resultado es una película muy sólida, en su narrativa y en su capacidad para emocionar. También un acertado y hermoso retrato de dos personas que se subieron a caballo de un mundo en pleno movimiento y se quisieron siempre, con sus miedos, sus manías y también su grandeza. Y, lo digo una vez más, una magnífica estampa de entonces, cuando éramos más jóvenes.
No, Trueba no necesita ocuparse de sus debilidades humanas, yo tampoco.
Público
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