280 páginas
Disponible en ebook.
No sé como hablar de este libro, como contar mi sensación. Es extraño. La acción se sitúa en la Europa del barroco, asolada por el hambre y las guerras de religión. París es posiblemente el núcleo, y también la intermitente y frustrada historia de amor entre un músico al que le gustaría vivir al margen del mundo y una bella mujer finlandesa. Pero en una narración tan fluida como anárquica, son muchos más los escenarios y los personajes con los que nos encontramos en sus páginas.
La música es el tema central, todos los que habitan la novela de Quignard la adoran, la componen o la disfrutan. Todo gira alrededor de este arte como traslación a la tierra de la gloria divina. Pero lo que convierte esta novela en una experiencia singular es que está narrada como si fuese una sucesión de pinturas.
Está claro en el inicio, con una entrada que describe de forma evocadora un cuadro de jugadores de cartas a la luz de las velas, y esa dinámica se repetirá en muchas ocasiones dibujando puertos, casas de campo, bosques y palacios. Lo hace con una plasticidad pictórica sorprendente en su capacidad para captar el detalle y crear colores y formas. Pero también en los tramos más narrativos, se utiliza un lenguaje muy cercano a lo visual, y vestido de adjetivos y figuras. El ritmo es pausado, tozudo y tranquilo. La estructura calideoscópica. Casi como si el autor quisiese transmitirnos que lo fundamental no es entenderlo todo desde el punto de vista convencional, sino sentir la historia.
Y lo que se siente es belleza. Una belleza generosa y libre formada a base de palabras aunque consiga parecernos que se hace materia, y que empapa sus casi trescientas páginas.
En belleza recorremos países, pueblos y lugares, historias de amor y fracasos amorosos, conocemos a artistas y a plebeyos.
El valor es que, sin ser una lectura ligera, se recorre con gusto. Extraña alquimia que sólo puede conseguir un gran autor.
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Público
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