Dario Grandinetti. Mercedes Morán. Jorge Marrale. Pastora Vega
Hay algunas cosas infalibles en el cine, al menos para mi, una es la carretera, otra la ternura, y hace unos años, he incorporado a los actores argentinos. En Empieza el baile me he encontrado con las tres cosas.
Todo comienza en Madrid. Carlos, una antigua estrella del tango, recibe la noticia de que la que fue su pareja de baile se ha suicidado. Su viaje a Buenos Aires para asistir al entierro, se convertirá en una inesperada aventura, y la oportunidad para volver a sentir aquello que un día dejó pasar.
La historia se nos cuenta desde la decadencia, la que existe en la asunción del olvido como herencia del tiempo y la de un país del que se nos muestran retazos suficientes, casi siempre en forma de rostros anónimos, capaces de sonreír a pesar de todo.
Está bien escrita aunque tiene algunos puntos que exigen la complicidad del espectador, pero esta se consigue desde el inicio gracias a la acertada decisión de poner el centro en los personajes. No conocemos mucho sobre ellos, el pasado sólo se atisba, igual que el presente, pero se les ofrece un presente y, sobre todo, el rostro de tres actores magníficos.
Grandinetti es un conocido del público español, siempre correcto como mínimo, no conocía a Marrale que borda su papel, pero sobre todo, no puedo apartar los ojos de Mercedes Morán a quien ya conocía de El amor menos pensado, no hay un sólo gesto, una mirada, una palabra, que no esté cargado de verdad, de humanidad. Lo que hace es increíble.
Ellos son lo que hace que Empieza el baile nos atrape desde el principio, nos mantenga con una sonrisa durante todo el metraje y terminemos un poquito más felices. Y eso ya, por si sólo convierte en apasionante la experiencia de la sala oscura.
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