TEATRO: ESPECTROS de Henrik Ibsen

Dirección.-

María Fernández Ache

Intérpretes.-

María Fernández Ache. Javier Albalá. Carla Diaz. Manuel Morón. Andrés Picazo

Espectros es un texto que leí hace tiempo y conozco bien, y que siempre he tenido interés en ver representado. Hace unos años, gracias a Digital Theatre pude disfrutar de una soberbia versión en el West End dirigida por Richard Eyre, de la que tengo la sensación de que la representación que ahora nos ocupa bebe algunas ideas estéticas en sus transparencias.

Porque sí, la dirección artística es para mi uno de los valores de esta propuesta de María Fernández Ache. Nos encontramos en la sala pequeña del Teatro Español y eso plantea casi una versión de cámara. Con unos paneles de difusos trazos y pocos muebles que dejan ver sus costuras, un vestuario extraño y donde está también presente esa sensación de transparencia, el escenario nos remite a un mundo decadente que vamos a poder contemplar sin los muros que generalmente cubren su intimidad. No en vano, el texto de Ibsen, siendo un melodrama familiar, habla de una hipocresía extensible a toda la sociedad de la época y, lamentablemente, todavía, en parte, de la nuestra.

Es impresionante imaginar esta obra en el tiempo en que fue escrita, su carga de profundidad contra los convencionalismos, su agresividad hacia los poderosos. Y la belleza cruel en su lenguaje. Siempre es un placer volver a enfrentarnos a ella.

Sin embargo, veo algunos problemas en esta versión, por otro lado totalmente correcta y muy aplaudida. 

En primer lugar, el texto se reduce a noventa minutos. Eso produce una concentración en el desarrollo de la trama que potencia la vertiente melodramática tal vez un poco en exceso, y prescinde de algún episodio, en concreto el del incendio del orfanato y sus consecuencias se minimiza hasta dejarlo en intrascendente.

Pero lo que más me choca es el humor. En parte es fruto de esa acumulación, pero también del tono del personaje del reverendo, no suficientemente potente y sí, por momentos, rozando la comicidad en la caricaturización de sus ideas. Lo siento. No hay que reírse en Espectros. Y no pasa nada por asumir el drama como tal. No sé si es un error de interpretación o un intento de acercamiento al público contemporáneo. Sobra.

Finalmente, María Fernández Ache, para mi desconocida hasta ahora, me parece un magnífico descubrimiento durante gran parte de la representación. Su interpretación es veraz, meticulosa, capaz de modularse como esa luz que asoma en la oscuridad. Pero echo en falta intensidad en el final, en los episodios más dramáticos, cuando, por otro lado, contrasta con cierto exceso en el actor que interpreta a su hijo y de quien me hubiese gustado una presencia más sutil, más contenida.

De lo dicho anteriormente puede parecer que mi valoración es muy negativa y, sin embargo, salgo de esta propuesta de Espectros satisfecho con el conjunto, su textura enfermiza y su capacidad para lanzar un mensaje directo en el que, desde el conocimiento del pasado, seamos capaces de juzgar el presente y afrontarlo, sin ira pero con firmeza. Seguro que quien conozca menos este texto y esté menos mediatizado que yo, saldrá impactado ante la obra de un autor que deberíamos de ver más frecuentemente en nuestros teatros.

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Público 

      
 

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