El recinto de la Sala Alcalá 31 es una nave que, habitada, aparece como una catedral del arte dispuesta a acoger diferentes disciplinas a menudo dispares.
En esta ocasión es el lugar donde aterrizan las creaciones de Juan Muñoz, sus objetos, sus evocaciones, pero sobre todo, sus figuras.
Y son esas figuras las que parecen tomar la plaza, hacerla suya y, desde allí, regalarnos su indiferencia cuando nos acercamos a visitarlas. No hay acogidas en sus sonrisas burlonas, hay indiferencia hacia nosotros. No les importa ser observadas , no lo buscan, ni siquiera se sienten agradecidos o molestos.
Esa es mi sensación ante un arte que nos enfrenta. Porque nunca he sabido si su autor era un visionario o un burlador. Y quizás ese misterio tan cercano, es lo que hace que no dejemos de admirarlo.
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