TEATRO: LA VOLUNTAD DE CREER de Pablo Messiez

 

Director.-

Pablo Messiez

Intérpretes.-

Marina Fantini. Carlota Gaviño. Rebeca Hernando. José Juan Rodríguez. Iñigo Rodríguez Claro. Mikele Urroz

Cuando entramos en la sala donde se va a representar La voluntad de creer, llega la primera sorpresa. Las puertas que dan al exterior están abiertas y vemos pasar a la gente por la calle, algunos se asoman. Los actores en una tarima vacía, se dirigen al público al tiempo que nos adelantan algunas frases de la pieza o discuten entre ellos. No es agresivo, no hay intrusión, nos van envolviendo en el inicio de la ficción de una forma suave y sorprendente, posiblemente uno de los mayores aciertos de la propuesta.

Sabemos que el texto remite a Ordet, la fantástica película de Dreyer a la que también hicieron referencia en cine directores como Lars Von Trier y Reygadas. Habla de un milagro, en este caso, en una casa de un pueblo español a la que una joven, ausente desde hace años, regresa con su novia a punto de dar a luz. Allí la esperan dos hermanas que representan dos formas diferentes de amargura, y un hermano que se cree Jesús de Nazaret.

El relato ofrece material perfecto para hablar de la fe, para reflexionar sobre si creer es un acto voluntario, o cuanto tiene de voluntario, y sobre si la fe puede llegar a crear aquello que se referencia. La fe como acción constructora en si misma lo que tendría mucho que ver con la propia capacidad del ser humano para generar realidades.

Messiez abre otra línea que está en el análisis de hasta que punto la ficción puede ser cierta, de la verdad del teatro y, porque no, de otras artes. Si el mero presente implica certeza, si el hecho de que algo esté ocurriendo lo convierte en realidad. Es curioso, pero no lo percibo con la misma densidad que lo que he comentado en el párrafo anterior. Eso sí, sirve para componer una experiencia escénica muy atractiva, original y llena de hallazgos, que hace que la obra y su escenario, se vayan construyendo a medida que avanzamos hasta la hermosa escena final. Está muy bien escrita, siendo capaz de integrar reflexiones en diálogos y empapando todo de un humor negro, ácido, muy español. Sólo se puede echar de menos cierta narrativa que se pierde un poco en el dibujo de una situación casi estática. 

En La voluntad de creer hay mucho teatro, podríamos decir que es teatro en estado puro: una representación consciente de serlo. También desde ese punto de vista tengo la extraña sensación de que el público somos público más que nunca, parte de lo que allí ocurre y consecuente, receptores de una experiencia tan diferente como lúcida. Y no puedo dejar de citar a ese sexteto interpretativo absolutamente perfecto en cometidos nada sencillos. 

Una exploración que se comparte con generosidad, que nos obliga a reaccionar y decidir, y que, sobre todo, no desmerece ni mucho menos, su fuente de inspiración, algo que, para alguien que adora a Dreyer es grande.

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Público     

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