Director musical.-
Nicola Luisotti
Director de escena.-
Andreas Homoki
Intérpretes.-
George Gagnidze. Saioa Hernández. Roberto Tagliavini. Eduardo Aladrén. Elena Maximova. Felipe Bou. Fabian Lara. Maribel Ortega
Nabuco empieza, desde su obertura, ofreciéndonos una partitura inigualable, grande, potente, llena de fuerza. Es sólo el inicio. Le siguen dos horas de comunión con la genialidad, la gloria, la forma de conseguir que la música nos emocione y nos eleve.
Es un viaje al arte con mayúsculas. Y en ese viaje, es difícil no comprometerse hasta el corazón. La ópera no es sólo música y hemos hablado aquí en muchas ocasiones de puestas en escena más o menos acertadas, pero, francamente, es difícil que algo consiga estropear la sensación que me produce. Otra cosa sería que contribuyese a engrandecerla.
Si los libretos históricos de las óperas clásicas suelen ser disparatadas, Nabuco está en el top. Y la puesta en escena propuesta por Homoki no contribuye a aclararla. Su solución es simplemente estética. La trama se traslada a la época del autor. Se compone alrededor de un elemento estático pero fundamentalmente de un color: el verde. Un muro que comienza al fondo del escenario y que se moverá para componer diferentes cuadros pero sin demasiadas variaciones. La coreografía del coro evita la quietud pero sin buscar la coherencia, su actitud en momentos es bufa, otra dramática. En definitiva, este Nabuco se estructura como una colección de estampas, algunas repetitivas, otras más eficaces, pero siempre, hay que decirlo, elegantes.
Este Nabuco no va a ser recordado por su singularidad aunque sea singular. Digamos que tiene personalidad pero le falta coherencia. En cualquier caso no molesta, no se entromete en la música y esta fluye con toda su plenitud. Incluso llegando al bis del coro de esclavos ( emoción en estado puro ).
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