TEATRO: LA INFAMIA de Lydia Cacho

 

Director.-

Jorge Martret

Intérprete.-

Marina Salas

Lydia Cacho es una periodista y activista por los derechos humanos. Tras años dedicada a condenar en México la violencia de género, investigó una trama de pederastia que implicaba al altos cargos del país. Como resultado publico un libro, Los demonios en el Edén. En el año 2005 fue secuestrada.

La protagonista ha decidido convertir su experiencia en un monólogo teatral. Un texto sin artificios que narra en primera persona ese viaje infernal. No hace falta morbo. Lo que nos cuenta es lo suficientemente aterrador como para sentir el m miedo, la angustia, la soledad infinita. Además, la autora incluye información donde contextualiza perfectamente lo sucedido. 

Sí, es teatro documento de primera mano. Casi un documento testimonial, lo que podría ser una declaración o un artículo de prensa muy bien escrito. Pero hay dos aspectos que convierten esta propuesta en un hecho teatral de primer orden:

El primero es la magnífica puesta en escena de Martret. El escenario, ancho, está ocupado por pocos elementos pero contundentes. Una celda, un coche, unos neumáticos. Son el soporte narrativo de la acción. Igual que ocurría con Death of England, otro monólogo, el hecho de que sólo exista un intérprete no impide que la representación tenga un movimiento continuo, que  veamos sobre el escenario el desarrollo de la acción. No cuesta, a los pocos minutos, imaginarse al resto de personajes, los policías, la juez, la familia.....

Pero sobre todo está el uso de la cámara. La pared del fondo la ocupa una gran pantalla. En ella se proyecta el resultado de una cámara que durante toda la obra, graba a la protagonista y, sobre todo, su rostro. Con ese recurso, su miedo, su dolor, nos llega frontalmente en toda su plenitud. Es impresionante la cercanía que percibimos. Además, la proyección se complementa en algunos momentos con documentos reales sobre lo sucedido. Esa pantalla, esas imágenes, son la verdad de una forma brutal. 

El segundo elemento es, por supuesto, Marina Salas. Todo esto se sostiene en la necesidad de alguien capaz de hacer que esa verdad no se contamine en artificio. De hacerlo todo creíble. Que difícil cuando se expone a ese contacto epidérmico y a esa inmediatez. Lo mejor que puedo decir es que no puedo juzgar la interpretación porque no es interpretación lo que veo. No hay un sólo atisbo actoral en esa hora y media. No hay nada que no resulte cierto.

La infamia es la denuncia de algo sucedido en México. Pero no nos engañemos. La injusticia es algo universal que implica el terror de muchos. Podemos cerrar los ojos. Podemos no hacer nada. En el peor de los casos, el teatro cumple aquí la función de recordarnos que debemos de vivir en un perfecto estado de agradecimiento. 

Como espectáculo resulta inteligente y apasionante. Como historia, nos parte el alma.

Público                  

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