TEATRO: TRAICIÓN de Harold Pinter


Director.-

Israel Elejalde.

Intérpretes.-

Irene Arcos. Raúl Arévalo. Miki Esparbé

Pianista.-

Lucía Rey.

En el caso de Harold Pinter, el Premio Nobel, que le llegó cuando llevaba casi diez años sin escribir, sirvió sin duda para devolverlo a la vida. No dudo que posiblemente en Inglaterra se le representase con cierta asiduidad, pero en nuestro país,  supuso un renacimiento. Como si de una vez hubiese validado la condición de clásico contemporaneo.

Tengo que reconocer que hasta entonces, mi conocimiento de su obra era limitado. De hecho, lo conocía más como guionista de cine. Gracias a este rebrote, he descubierto a un autor que me interesa mucho. 

Creo que Pinter es sin duda un autor muy crítico con la sociedad que le tocó vivir, y por extensión, se podría decir que con el ser humano. También es un experto en carpintería teatral. Y, lo que más me involucra, un dramaturgo que trabaja en relación directa de compromiso con el público, al que entrega un texto, junto con las claves para construir lo que hay debajo y no se nos cuenta. Ese ejercicio intelectual que expande cualquiera de sus obras, convierte la experiencia de una buena representación de sus textos en algo mucho más rico.

Traición es una de sus obras emblemáticas. Recorre de forma minuciosa la relación de una pareja con el mejor amigo del marido y el amante de la mujer, durante los años que dura esta infidelidad. Lo diferente es que Pinter se atreve a contarlo en sentido inverso, con lo que las sensaciones que nos produce están sin duda más allá de lo que percibimos en un melodrama tradicional.

Israel Elejalde nos ofrece una versión llena de respeto, incluso admiración, hacia el original. Respeta el texto con veneración, y lo que construye a su alrededor, es un envoltorio que lo realza.

En primer lugar, acepta el escenario temporal, años setenta en Inglaterra, con una estética que llega desde el cartel de presentación. Allí Pinter criticaba la aparente superioridad intelectual de una clase construida alrededor de la cultura y que consideraba inmune a las pasiones terrenales. Elejalde lo mantiene, porque entiende que la pureza del texto permite su lectura universal.

La representación es teatro, teatro que se crea ante nuestros ojos, con esa pianista que acompaña con hermosas notas pero que también es público que observa, con los intérpretes, que manipulan el escenario y se entrometen en escenas que no les corresponden para subrayar los sentimientos, con esos carteles tan cinematográficos.

El conjunto es rico, ágil, delicado y elegante. Un acierto en todas sus partes. A ello se le unen tres excelentes actores. Irene Arcos muestra toda la fragilidad de su personaje, Miki Esparbé su incertidumbre, y Raúl Arévalo, al que sólo consideraba un buen actor, me confirma lo que me sorprendió en El Plan, que es un grande capaz de infinidad de matices. Ellos, guiados por un director que sabe mucho de actuar, son quienes convierten realmente esta representación en algo a recordar. 

Hablaba al principio del texto y el subtexto de Pinter. En el texto, ya lo he dicho, está la crítica a la aparente superioridad, el retrato de una época de inmaduros considerados importantes, la camaradería masculina que, cuando es realmente refugio y soporte a la autoestima,  trasciende cualquier realidad de igualdad..... En el subtexto, yo encuentro una muy triste historia de amor hasta la entrega total, una historia del dolor que podemos producirnos los seres humanos, de nuestra fragilidad, nuestra inseguridad, nuestra culpa.

Elejalde pone en pie el artefacto con maestría, pero además, consigue darnos, de forma transparente, las claves para ahondar, para descubrir, para saber. Y con ello, desde la aparente frialdad de un texto perfecto, llevarnos a la emoción.

La misma que se siente cuando en estos tiempos, nos encontramos de nuevo en el teatro, como ceremonia compartida, cuando aplaudimos juntos, cuando disfrutamos juntos. Una vez más, bravo Kamikazes.

Público          

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