EXPOSICIÓN: ESPEJOS DE LO INVISIBLE de Bill Viola


Espacio Fundación Telefónica
Hasta el 17 de mayo.

Viola sería para mi un profesor de tiempo.
Alguien capaz de enseñarme como dejar que pase a mi alrededor, y no intentar empujarlo o detenerlo.
Como tener la serenidad suficiente como para poder disfrutar de su exposición con la calma que requiere interiorizar cada detalle, apreciar cada gesto, descansar en su esencia.
Y así, ser capaz de contemplar la belleza pictórica de la serie La habitación de Catalina, o de la iconografía de los cuatro mártires. De la grandeza del Estudio para una aparición.
Seguir, adivinar y crear la historia de las partituras más narrativas como Caminando hacia el límite.
Aprehender la delicadeza con la que se van dibujando los sentimientos en El cuarteto de los sobrecogidos.
Emocionarnos y estallar en ternura con Los inocentes y Tres mujeres.
Hay más. Hay, ya lo he dicho, tiempo. Porque la obra de Viola es heredero de los pintores clásicos a los que versiona indirectamente y a quienes les otorga movimiento. El autor no hace sino aplicar la evolución tecnológica al arte de siempre. No es rupturista, avanza. Hace crecer.
Porque a fin de cuentas, parece que cualquier artista ha intentado siempre lo mismo, captar lo invisible que es captar el alma, hacer que nos reconozcamos descubriendo dentro de nosotros mismos lo que estamos viendo, lo que nos produce lo que vemos.
Espejos.
En la exposición, oscura, de Bill Viola en la Fundación Telefónica, se pasea el tiempo y el alma, y se cruzan con nosotros que todavía no hemos aprendido, aun no, lo suficiente.
A vivir.

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