Director de escena.-
Emilio Sagi
Director musical.-
Maurizio Benini
Intérpretes.-
Celso Albelo. Yolanda Auyanet. Simone Piazzola. Marin Yonchev. Felipe Bou. María Miró.
Por fin.
Mediada la temporada, asistimos a una ópera redonda.
Preciosa la música, llena de requiebros y melodía. Entregados los intérpretes como entregados los aplausos con los que los premió el público.
Pero sobre todo, creo que el éxito de esta representación está en este caso en la propuesta del director de escena, Emilio Sagi.
Tras la obertura, el telón se abra sobre una tormenta impresionante, fantástica, sobrecogedora. Todo el escenario está lleno de mar, de cielo, de furia. Es difícil no quedarse atrapado. No es fácil tampoco mantener este nivel escénico.
A partir de ahí, y sin ningún ánimo realista pero también evitando anacronismos, el director nos introduce en una estructura de cristal que multiplica el contenido, y nos lleva por diversos ambientes hasta culminar en una brutal escena final que, en su grandeza, cierra perfectamente el envoltorio del espectáculo, consiguiendo terminar a la misma altura a la que comenzó.
No hay un tramo, una escena, que no esté primorosamente cuidada. Pocos elementos en el escenario pero unas bellísimas imágenes que se replican de forma envolvente. En el jardín otoñal chejoviano, en el palacio con cristaleras, en la dureza de piedra de la sala del consejo....
La producción, ya lo he dicho, es redonda, cuidada y empeñada en encontrar la hermosuira estética, en regalar una experiencia tan exquisita como inteligente.
La ópera recobra con Sagi su función de envolver los sentidos, olvidando cualquier intención política, social o de otro calado. Es un cuento trágico, añejo, y como tal se nos sirve. Sin complejos.
Este tipo de producciones no debería de ser una excepción en lugares como el Teatro Real, si no la norma.
Esperemos que cree escuela.
Público
Emilio Sagi
Director musical.-
Maurizio Benini
Intérpretes.-
Celso Albelo. Yolanda Auyanet. Simone Piazzola. Marin Yonchev. Felipe Bou. María Miró.
Por fin.
Mediada la temporada, asistimos a una ópera redonda.
Preciosa la música, llena de requiebros y melodía. Entregados los intérpretes como entregados los aplausos con los que los premió el público.
Pero sobre todo, creo que el éxito de esta representación está en este caso en la propuesta del director de escena, Emilio Sagi.
Tras la obertura, el telón se abra sobre una tormenta impresionante, fantástica, sobrecogedora. Todo el escenario está lleno de mar, de cielo, de furia. Es difícil no quedarse atrapado. No es fácil tampoco mantener este nivel escénico.
A partir de ahí, y sin ningún ánimo realista pero también evitando anacronismos, el director nos introduce en una estructura de cristal que multiplica el contenido, y nos lleva por diversos ambientes hasta culminar en una brutal escena final que, en su grandeza, cierra perfectamente el envoltorio del espectáculo, consiguiendo terminar a la misma altura a la que comenzó.
No hay un tramo, una escena, que no esté primorosamente cuidada. Pocos elementos en el escenario pero unas bellísimas imágenes que se replican de forma envolvente. En el jardín otoñal chejoviano, en el palacio con cristaleras, en la dureza de piedra de la sala del consejo....
La producción, ya lo he dicho, es redonda, cuidada y empeñada en encontrar la hermosuira estética, en regalar una experiencia tan exquisita como inteligente.
La ópera recobra con Sagi su función de envolver los sentidos, olvidando cualquier intención política, social o de otro calado. Es un cuento trágico, añejo, y como tal se nos sirve. Sin complejos.
Este tipo de producciones no debería de ser una excepción en lugares como el Teatro Real, si no la norma.
Esperemos que cree escuela.
Público
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