No soy un fan de los espectáculos de magia.
Es decir, me gustan y los disfruto cuando a trozos aparecen en otros espectáculos, generalmente circenses.
Pero nunca he tenido esa pasión que parece iluminar a muchos.
De hecho, creo que nunca he estado en un espectáculo dedicado exclusivamente a esta disciplina.
Asisto por lo tanto a Hangar 52 con mucha curiosidad y sin ideas preconcebidas. Eso sí, sin poder quitarme de encima la idea del sombrero y la paloma ( por ejemplo).
Nada que ver.
Lo primero que destroza cualquier expectativa al comenzar el espectáculo es la producción. Es brutal. Dudo que existan muchas similares, no sólo por los medios, sino por el perfecto ensamblaje, la buena guionización y la inteligente utilización de los recursos, convirtiendo el video pregrabado y la cámara en directo en una herramienta perfectamente sincronizada para ensamblar los tiempos.
Lo segundo que me sorprende, y posiblemente lo que convierte Hangar 52 en un espectáculo único, es el corazón.
Dentro de este macro espectáculo, sus artífices consiguen el más difícil todavía: que no pierda el sabor a artesano, que los aparatos que continuamente aparecen en escena, nos recuerden a un gabinete de curiosidades. Que no den miedo ni pierdan cercanía.
Además, las diferentes estampas que van componiendo el relato y que nos lanzan al Antiguo Egipto o a la Segunda Guerra Mundial, lo hacen desde el sentimiento del niño que descubre en la lectura, que existen y han existidos otros mundos apasionantes y desconocidos. No sé a los demás, pero a mi el Mago Yunque me hace viajar en el tiempo, hacia atrás, cuando creía mucho más que ahora.
Y por supuesto, lo tercero que nos hace romper con cualquier idea previa es, como ni, la magia. No voy a extenderme en este punto del que in duda muchos hablarán, sólo decir que salgo convencido de que todo es verdad, de que la magia existe, de que aquí no hay trucos. Es totalmente inexplicable lo que ocurre en el escenario.
Al final el chico, sonriente y pelirrojo, nos habla del sueño que tuvo Llegar a esto. Nos habla de su pequeño taller y de su pequeño pueblo. Nos lo cuenta de verdad. Y entonces lo entiendo todo.
La ilusión.
Eso es lo que vale. La que lleva a alguien a luchar por lo que mas desea. A una madre a apoyar a un hijo que le sorprende con sus decisiones de futuro ( que no sólo sueños ) ; a ese chico a embarcarse en un proyecto único; al Mago Yunque a hacer que ese compromiso, seguramente como el de muchos otros, se multiplique y llegue a tanta gente.
Y a nosotros, si somos capaces de recibir el mensaje, a entender que la magia existe.
Que, de hecho, ya nuestra vida es magia.
Gracias Mago Yunque.
Público
Es decir, me gustan y los disfruto cuando a trozos aparecen en otros espectáculos, generalmente circenses.
Pero nunca he tenido esa pasión que parece iluminar a muchos.
De hecho, creo que nunca he estado en un espectáculo dedicado exclusivamente a esta disciplina.
Asisto por lo tanto a Hangar 52 con mucha curiosidad y sin ideas preconcebidas. Eso sí, sin poder quitarme de encima la idea del sombrero y la paloma ( por ejemplo).
Nada que ver.
Lo primero que destroza cualquier expectativa al comenzar el espectáculo es la producción. Es brutal. Dudo que existan muchas similares, no sólo por los medios, sino por el perfecto ensamblaje, la buena guionización y la inteligente utilización de los recursos, convirtiendo el video pregrabado y la cámara en directo en una herramienta perfectamente sincronizada para ensamblar los tiempos.
Lo segundo que me sorprende, y posiblemente lo que convierte Hangar 52 en un espectáculo único, es el corazón.
Dentro de este macro espectáculo, sus artífices consiguen el más difícil todavía: que no pierda el sabor a artesano, que los aparatos que continuamente aparecen en escena, nos recuerden a un gabinete de curiosidades. Que no den miedo ni pierdan cercanía.
Además, las diferentes estampas que van componiendo el relato y que nos lanzan al Antiguo Egipto o a la Segunda Guerra Mundial, lo hacen desde el sentimiento del niño que descubre en la lectura, que existen y han existidos otros mundos apasionantes y desconocidos. No sé a los demás, pero a mi el Mago Yunque me hace viajar en el tiempo, hacia atrás, cuando creía mucho más que ahora.
Y por supuesto, lo tercero que nos hace romper con cualquier idea previa es, como ni, la magia. No voy a extenderme en este punto del que in duda muchos hablarán, sólo decir que salgo convencido de que todo es verdad, de que la magia existe, de que aquí no hay trucos. Es totalmente inexplicable lo que ocurre en el escenario.
Al final el chico, sonriente y pelirrojo, nos habla del sueño que tuvo Llegar a esto. Nos habla de su pequeño taller y de su pequeño pueblo. Nos lo cuenta de verdad. Y entonces lo entiendo todo.
La ilusión.
Eso es lo que vale. La que lleva a alguien a luchar por lo que mas desea. A una madre a apoyar a un hijo que le sorprende con sus decisiones de futuro ( que no sólo sueños ) ; a ese chico a embarcarse en un proyecto único; al Mago Yunque a hacer que ese compromiso, seguramente como el de muchos otros, se multiplique y llegue a tanta gente.
Y a nosotros, si somos capaces de recibir el mensaje, a entender que la magia existe.
Que, de hecho, ya nuestra vida es magia.
Gracias Mago Yunque.
Público
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