TEATRO: LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO de Oscar Wilde

Dirección.-
Ramón Paso
Intérpretes.- Jordi Millan. David degea. Paloma Paso Jardiel. Ana Azorín. Inés Kerzán. Angela Peirat. Guillermo López Acosta.

Hacia tiempo que no visitaba el Teatro Lara, la bombonera que se ha reconvertido en dos salas con una programación teatral inagotable.
Hacia tiempo que no veía una sala de teatro tan llena y con gente tan satisfecha de estar allí.
Y hacía tiempo, la verdad, que no me reía tanto en un teatro.
La culpa de Oscar Wilde.
Pero también, y creo que sobre todo, de Ramón Paso.
Y muy especialmente de ocho actores entre los que, lo siento, me resulta imposible no destacar injustamente la juventud de Ana Azorín y la veteranía de Paloma Paso Jardiel.
La importancia de llamarse Ernesto es posiblemente la más conocida de las obras de Wilde.
A mi, tal vez, me guste más la delicadeza de otras como Un marido ideal, El abanico de Lady Windermer o Una mujer sin importancia. Me gusta su elegancia arqueológica, un poco de Chejov frívolo y superficial. Ejemplos esenciales de la comedia de salón.
De todos modos, la que nos ocupa es la más cómica, la que se acerca a una comedia de enredo inverosimil, la que, dentro de su marco habitual de reflejo de la alta sociedad británica, busca divertir de una forma más epidérmica.
Y al igual que las películas de Woody Allen siempre tienen su Woody Allen, las obras de Wilde siempre tienen su Wilde, como voz en off plena de lucidez y cinismo en su crítica.
Ramón Paso hace un ejercicio modélico de versión y representación.
La obra se queda en la esencia de lo cómico en el marco de la inteligencia , juega a una simetría continuada y veloz. Pero en ningún caso traiciona la esencia. Wilde en Wilde, en este caso el joven Algermon, se mantiene, complementado con una criada gamberra que le acopla su versión femenina.
En lo que se refiere al montaje, con pocos recursos y un uso muy bueno de dos colores, verde y morado, consigue un equilibrio delicado y divertido, entre la época en que se escribió y la actual. Elementos mínimos y mucho talento. Unas gafas de sol, un teléfono, unas zapatillas de deporte...todo encaja sin chirriar.
A la agilidad, ya lo he dicho, se pliegan unos actores que van creciéndose hasta convertirse en encantadores payasos, cómicos geniales.     
El resultado, una gozada, un juego tan encantador como hilarante. Una pequeña bomba teatral.
No puedo olvidar, de todos modos, cuando veo una obra de Oscar Wilde, recordar sus últimos años tras su paso por la cárcel de Reading. Que difícil para quien lo fue todo.
Con ello, veo sus obras con una capa escondida, donde esa sociedad frívola, capaz de reírse de si misma, mundana, se guarda la opción de eliminar a aquellos que se dejan descubrir demasiado debajo de las frases superficiales y los gestos ampulosos. De esa sociedad donde la hipocresía era una forma de vida.
Aplaudamos esa especia de venganza antecedente del genio. Esos cuadros donde hombres y mujeres, inmerecidamente regalados de la fortuna, se ridiculizaban pedántemente ante nuestros ojos.
Riámonos, de su tontería, de su estupidez. Con Oscar Wilde, y en su honor.
Aquí lo hacemos con gusto, gracias a Paso y a su alegre troupe.

Público

Comentarios