RELATOS: CORAZÓN QUE RÍE, CORAZÓN QUE LLORA de Maryse Condé

Impedimenta
176 páginas
También disponible en ebook.

Que difícil es contar la vida.
Que difícil atrapar la ligereza de momentos que pasan y descubrir su trascendencia, sin dejarse engañar por su ligereza aparente.
Hace falta una sensibilidad exquisita para convertir lo cotidiano en mágico, comprender que son esas finas líneas en apariencia invisibles, lo que va conformando nuestra existencia.
Exige también humildad e inteligencia.
No buscar grandes acontecimientos o entender que lo son por el hecho de que los habite un ser humano.
Maryse Condé nace en las Antillas.
En una de esas familias de color que llegaron a convertirse en una pequeña burguesía, rodeadas por un lado por los blancos y por otro por aquellos negros que vivían en la miseria.
Sólo esa ubicación social, con sus visitas a París donde terminó estudiando en La Sorbona, dibuja un cuadro lleno de matices, de dudas y de equilibrios inestables.
Esa fragilidad, estaba presente en cualquier tramo de su vida.
La autora compone en Corazón que ríe, corazón que llora su autobiografía a base de pequeños relatos, en apariencia banales, especialmente por la ligereza y la transparencia con que se cuentan, pero cada uno de ellos esconde un paso hacia una madurez incierta.
La asunción de su propia situación, su relación con unos hermanos mucho mayores que ella. El retrato de una pareja de progenitores compuesta por un padre casi siempre anciano y ausente y una madre tan bella como desequilibrada, ejemplo de todos los traumas de un desarraigo social.
Posiblemente sea un error de la memoria, pero el colorido de su pluma me recuerda a una novela cruel, Ancho mar de los Sargazos de Jean Rhys, probablemente porque también en ella hay un personaje que se trasplanta desde el colorido vital del trópico a una Europa que se supone más civilizada.
En el caso de Maryse Condé, sus heridas no caminan hacia la locura, aunque sí, seguro a mucho dolor.
La autora es generosa.
Lo es en la paleta que utiliza, seguramente tirando de sus recuerdos para que su prosa este a la altura de la belleza de los entornos donde suceden sus pequeñas estampas.
Lo es en su sinceridad.
Sinceridad patente a la hora de retratar a aquellos que formaban parte de su familia. Sin juicios y asumiendo que otros los hagan.
Y lo es para mi, sobre todo, en los últimos cuentos, aquellos en los que deja de ser una habitante de un mundo ajeno para avanzar y empezar a construir el propio.
Ese camino a la madurez.
Los últimos párrafos, de despedida y bienvenida, de incertidumbre, de futuro, son de los más hermosos que he leído en mucho tiempo.
Maryse Condé no utiliza la intrascendencia, sino la verdad. Y la verdad nunca necesita efectismos para ser importante. Sólo alguien que sepa mirarla y asumirla.

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