OPERA: TURANDOT de Gicomo Puccini

Director de escena.-
Robert Wilson
Director musical.-
Nicola Luisotti
Intérpretes.-
Irene Theorin. Gregory Kunde. Yolanda Auyanet. Andrea Mastroni. Joan Martin Royo. Vicenc Esteve. Juan Antonio Sanabria. Raúl Gimenez. Gerardo Bultón
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
Pequeños Cantores de la JORCAM.

Turandot es una de las óperas más conocidas del repertorio clásico, de aquellas que trascienden el elitismo de los melómanos.
En gran parte gracias al aria Nadie duerme, una de las canciones del género más escuchadas de forma singular.
También influye sin duda su exotismo que posibilita propuestas escénicas muy enriquecidas, a destacar la que tuvo lugar en la Ciudad Prohibida de Pekín.
Por ello, es fácil pensar que cualquier aficionado tenga su propio Turandot o, cuando asiste a una representación de esta pieza, lo haga con unas expectativas muy claras.
No es plato fácil para cualquier director de escena si quiere evitar el folklore turístico y el tópico.
Robert Wilson es un director de escena con una personalidad muy marcada. Creo que nunca se traiciona. Y no lo hace claramente en esta ocasión. Este Turandot que acaba de estrenarse en el Teatro Real de Madrid, es el Turandot de Robert Wilson. Y como tal debe de analizarse.
La propuesta está claramente localizada en China gracias a un vestuario reconocible pero sobrio, una especie de fusión entre la riqueza del Imperio y la pobreza de la época Mao. Sin embargo, el escenario está vacío, y, al margen de pocos elementos móviles y el laberinto que abre la segunda parte, sólo lo llena la luz.
La iluminación es el elemento con el que trabaja Wilson, y colores muy marcados con bases en azul, blanco y rojo. Con la experiencia y la maestría se consigue un marco de gran belleza donde colocar a los personajes y al coro.
Vamos ahora a otra seña de identidad de este director que marca la obra: el movimiento.
Robert Wilson maneja el estatismo como herramienta. Coloca a los intérpretes como entidades casi inmóviles, cercanos  a muñecos, y con giros artificiosos. Apenas se interrelaccionan entre ellos y en la mayoría de los casos parecen cantar directamente al público.
No existe ni un mínimo atisbo de naturalidad, pero es que no se pretende.
Repito pues lo que dije antes: esta es una propuesta singular, claramente la de su director.
Para valorarla creo que es necesario ser consciente de que la ópera en su propia esencia tiene mucho de artificio. No es fácil encararla con realismo y por ello, la propia artificialidad no debería de ser algo que nos lleve a desdeñar una propuesta.
Tengo la sensación de que nos encontramos ante un ejercicio de búsqueda de belleza, donde también, por supuesto, se posibilita que la belleza de la música empape la belleza escénica.
Para ello es necesario asumir una frialdad contundente, que no se manche con nada.
Esto va contra la emoción.
Este Turandot podría definirse como un Turandot de museo. ¿Válido? claro que sí, y no hay más que ver los aplausos.
Personalmente, considero que una temporada en el Teatro Real debe de ser diversa e incluir propuestas diferentes siempre que sean respetuosas con el público y que no repitan el pecado reciente en este coso de buscar la provocación como objetivo. Me cuesta apreciarlo en su totalidad visualmente porque me sentaba en uno de los laterales y tengo la sensación de que este es un espectáculo trabajado para la frontalidad. En cualquier caso, lo disfruto.
No será un Turandot que marque una referencia, pero sí tendrá su sitio, y se le reconocerá lo diferencial.
Y, por supuesto, siempre, siempre, queda esa música maravillosa que nos recuerda porqué la ópera es una de las cimas del arte.

Público

Comentarios