UK 2018
Emma Thompson. Stanley Tucci. Fionn Whitehead. Jason Watkins. Ben Chaplin. Rupert Vansittart. Anthony Calf. Rosie Cvaliero. Andrew Havill. Nicholas Jones. Dominic Carter. Micah Baffour. Nikki Amuk Bird. Des McAleer. Eileen Walsh. Alex Falton. Honey Holmes. Chris Wilson. Daniel Eghan. Fior Ferraco. Ty Hurley.
En una cena fantástica que tuve la suerte de compartir con personajes tan admirados como Mercedes Monmany, Milagros Frías, Ramón Pernas, Cesar Muñoz Molina y Chema Paz Gago, teníamos que hablar de literatura. Yo más bien escuchar y aprender.
Comentando el Premio Nóbel, no recuerdo con quien coincidí en que, a pesar de que Ishiguro fuese un acierto, dentro del grupo de británicos que tanto publica Anagrama, yo me quedaba con Ian McEwan.
Al margen de una bibliografía larga y plural, le debemos obras maestras como Expiación y Sábado. Y en el resto de sus novelas es difícil no encontrar, además de una narrativa depurada y una certera descripción psicológica de sus personajes, mucha materia para pensar.
El Veredicto ( una de esas traducciones españolas que hacen dudar de la imaginación de los distribuidores) traslada a imágenes La Ley del Menor, una novela relativamente breve y muy precisa. Lo hace con un guion del propio autor y mi sensación ( desde el recuerdo de haberla leído hace ya tiempo ) es que traslada de forma fiel y sencilla la historia y sus personajes.
En el inicio, con muy pocas escenas, nos dibuja el paisaje humano, Fiona, la juez protagonista y su marido. Un matrimonio sin hijos, de vida desahogada y con un posicionamiento intelectual, en un momento de la vida donde deben replantearse donde están y a donde quieren llegar, o al menos uno de ellos. Es gracioso que coincida con El amor menos pensado, en tiempo y en este fondo, a pesar de ser propuestas tan diferentes; se ve que la madurez del amor empieza a ser una preocupación.
Anécdotas aparte, el núcleo de la historia se presenta de forma clara y transparente. La juez, un personaje sobrio hasta el exceso, deberá de decidir sobre la demanda de un hospital para obligar a un menor a recibir una transfusión, a pesar de su negativa inicial y la de sus padres, todos Testigos de Jehova.
El dilema creará una relación difícil y confusa entre ambos personajes, una relación que hará que la mujer se cuestione lo que hasta entonces creía sólidos cimientos.
Ian McEwan no plantea respuestas, ni siquiera preguntas, sino realidades que hay que admitir dentro de algo tan impredecible como es la vida.
En este caso, las extrañas dependencias que podemos crearnos con cualquier ser humano, los vínculos que pueden producirse y que pueden ser tan fuertes como desconcertantes, la falsedad de las paredes que construimos frente a lo inesperado, y, una vez más, lo mutable del amor.
Esto hace que acercarnos a sus historias sean un sano ejercicio intelectual que nos ayuda a ver el mundo de otra manera.
Richard Eyre es un director fundamentalmente teatral a pesar de haber realizado algunas películas con cierto éxito y siempre corrección.
Frente a quienes critican en este caso su convencionalismo, yo creo que es perfecta para presentar esta historia con la transparencia y la claridad necesaria, dando el protagonismo a la palabra y a los actores que la pronuncian. En ese sentido, ni Emma Thompson ni Stanley Tucci fallan nunca; tengo debilidad por este secundario que un día nos sorprenderá con un protagonista. Ella es simplemente perfecta. En su mirada está el cansancio, la falta de ilusión, pero sobre todo, las dudas, las suyas, también las nuestras.
Público
Emma Thompson. Stanley Tucci. Fionn Whitehead. Jason Watkins. Ben Chaplin. Rupert Vansittart. Anthony Calf. Rosie Cvaliero. Andrew Havill. Nicholas Jones. Dominic Carter. Micah Baffour. Nikki Amuk Bird. Des McAleer. Eileen Walsh. Alex Falton. Honey Holmes. Chris Wilson. Daniel Eghan. Fior Ferraco. Ty Hurley.
En una cena fantástica que tuve la suerte de compartir con personajes tan admirados como Mercedes Monmany, Milagros Frías, Ramón Pernas, Cesar Muñoz Molina y Chema Paz Gago, teníamos que hablar de literatura. Yo más bien escuchar y aprender.
Comentando el Premio Nóbel, no recuerdo con quien coincidí en que, a pesar de que Ishiguro fuese un acierto, dentro del grupo de británicos que tanto publica Anagrama, yo me quedaba con Ian McEwan.
Al margen de una bibliografía larga y plural, le debemos obras maestras como Expiación y Sábado. Y en el resto de sus novelas es difícil no encontrar, además de una narrativa depurada y una certera descripción psicológica de sus personajes, mucha materia para pensar.
El Veredicto ( una de esas traducciones españolas que hacen dudar de la imaginación de los distribuidores) traslada a imágenes La Ley del Menor, una novela relativamente breve y muy precisa. Lo hace con un guion del propio autor y mi sensación ( desde el recuerdo de haberla leído hace ya tiempo ) es que traslada de forma fiel y sencilla la historia y sus personajes.
En el inicio, con muy pocas escenas, nos dibuja el paisaje humano, Fiona, la juez protagonista y su marido. Un matrimonio sin hijos, de vida desahogada y con un posicionamiento intelectual, en un momento de la vida donde deben replantearse donde están y a donde quieren llegar, o al menos uno de ellos. Es gracioso que coincida con El amor menos pensado, en tiempo y en este fondo, a pesar de ser propuestas tan diferentes; se ve que la madurez del amor empieza a ser una preocupación.
Anécdotas aparte, el núcleo de la historia se presenta de forma clara y transparente. La juez, un personaje sobrio hasta el exceso, deberá de decidir sobre la demanda de un hospital para obligar a un menor a recibir una transfusión, a pesar de su negativa inicial y la de sus padres, todos Testigos de Jehova.
El dilema creará una relación difícil y confusa entre ambos personajes, una relación que hará que la mujer se cuestione lo que hasta entonces creía sólidos cimientos.
Ian McEwan no plantea respuestas, ni siquiera preguntas, sino realidades que hay que admitir dentro de algo tan impredecible como es la vida.
En este caso, las extrañas dependencias que podemos crearnos con cualquier ser humano, los vínculos que pueden producirse y que pueden ser tan fuertes como desconcertantes, la falsedad de las paredes que construimos frente a lo inesperado, y, una vez más, lo mutable del amor.
Esto hace que acercarnos a sus historias sean un sano ejercicio intelectual que nos ayuda a ver el mundo de otra manera.
Richard Eyre es un director fundamentalmente teatral a pesar de haber realizado algunas películas con cierto éxito y siempre corrección.
Frente a quienes critican en este caso su convencionalismo, yo creo que es perfecta para presentar esta historia con la transparencia y la claridad necesaria, dando el protagonismo a la palabra y a los actores que la pronuncian. En ese sentido, ni Emma Thompson ni Stanley Tucci fallan nunca; tengo debilidad por este secundario que un día nos sorprenderá con un protagonista. Ella es simplemente perfecta. En su mirada está el cansancio, la falta de ilusión, pero sobre todo, las dudas, las suyas, también las nuestras.
Público
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