CINE: COLD WAR de Pawel Pawlokowski

Polonia 2018
Joanna Kulig. Tomasz Kot. Borys Szyc. Agata Kulesza. Jeanne Balibar. Cedric Kahn

Creo que Ida era una buena y hermosa película pero pienso que fue sobrevalorada en su momento y lo sigue siendo en el recuerdo. Con mucho de positivo, siempre he considerado que incluía dos líneas argumentales que no estaban perfectamente encajadas.
Pero lo que recuerdo con mayor placer era su estética y su tono, de un clasicismo sin complejos.
Cold War es sin duda un paso adelante muy importante en la obra de su autor.
Todavía tengo que dejar pasar un tiempo de reposo para tener claro si es en su totalidad esa obra maestra que sin duda nos regalan sus primeros sesenta minutos. Si no lo es, creo que está cerca. Pero en cualquier caso, lo que quería señalar en relación con Ida, es que aquí esa continuidad hacia lo clásico se impone aun con mayor contundencia ( y también con mayor hermosura ) en una historia que desde sus primeros compases remite a las historias que siempre nos han contado y siempre nos ha gustado disfrutar: una triste historia de amor.
Todo comienza en la Polonia comunista de 1949. El régimen decide crear un grupo de cantos y baile que rescate las tradiciones de los campesinos en un intento nacionalista de loa al proletariado.
Lo dirige un músico en cuya mirada no tardamos en encontrar claras diferencias con el orden establecido. Y ahí conocerá a una joven, Zula, que desde el inicio se manifiesta como un ser singular en su talento, su belleza, su inteligencia nata y su poder de seducción. La historia de amor entre ambos, con fondo de Pignalion, se desarrollará entre el estado y el exilio, entre Varsovia y París, entre la necesidad de estar juntos y la imposibilidad de vivirlo.
Hay mucho en Cold War que hemos podido ver en otras películas, tanto en el nivel íntimo como en el paisaje. Pero pocas veces nos lo han contado con esa delicadeza, con ese cuidado capaz de hacer que cada imagen sea un cuadro, de atrapar cada gesto para sustituir un discurso, de ser capaz de atrapar el corazón en cada mirada.
El hecho de que su guionista decida obviar los tiempos intermedios para centrarse en los encuentros fundamentales, le otorga a la narración una especial intensidad. Además, eso permite que una cinta que recorre más de una década, tenga una duración no muy habitual de poco más de ochenta minutos, en los que ocurren muchísimas cosas.
Y sin duda, la fotografía, llena de matices, es fundamental a la hora de empaquetarla de la forma más elegante posible.
Lo demás, son sin duda los dos protagonistas.
Kot tiene la figura y la sonrisa de cualquier galán clásico. Es perfectamente reconocible en ese personaje. Un perdedor encantador, un canalla capaz de enamorarse hasta la muerte, de entregarse sin remedio.
Pero el verdadero descubrimiento es Joanna Kulig. Su Zula es una fuerza de la naturaleza que se mueve entre lo sutil y lo salvaje, con un poder sinuoso y brillante, con luz propia y un dolor que ni controla ni comprende. Es imposible no enamorarse de su sufrimiento, de su inseguridad, de su indolencia, de su fracaso.
Cold War es sin duda extraña por reconocible. Un cine clásico que huele a clásico, que tiene la textura de un clásico, que no sólo asume su decisión sino que la impone.
Quizás al final, todos echamos de menos las películas de siempre, esas que nos hicieron, hace mucho tiempo, amar el cine.
Quizás todos disfrutemos de vez en cuando con la tristeza.
Y tal vez, lo que más nos guste de Cold War es que nos recuerda todas aquellas películas que nos han hecho llorar.

Público

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