CINE: A GHOST STORY de David Lowery

USA 2017
Casey Affleck. Rooney Mara

Las encantadoras esquinas curvas de la pantalla pueden dar una pista, pero cuando el fantasma protagonista aparece por primera vez, cubierto con una sábana y con dos agujeros para los ojos, todo está claro: nos encontramos ante una película vintage, un cuento de fantasmas que podría haber imaginado un niño, posiblemente el niño que fue el director.
Para ser exactos, no es una historia de fantasmas sino la historia de un fantasma.
Ese joven enamorado que muere en un accidente y regresa a su último hogar que no tarda en convertir en una casa encantada.
Ese espectro que entra en una espiral donde el tiempo tiene la solidez que ha perdido para él el espacio. Ese ser  solitario cuya sábana se va cubriendo por la suciedad y el polvo y que también parece aterrarse ante el futuro estridente.
Sólo me sobra una etapa, la de los pioneros, aquella que me parece alarga una propuesta que en otro caso sería casi perfecta.
Hasta entonces, ni siquiera me molesta la lentitud exasperante ni el silencio, es una elección arriesgada, convertir a este fantasma en casi un personaje de Chejov, pero es perfectamente coherente para , más que hacernos comprender, transmitirnos su angustia, su aburrimiento, en una propuesta que llega a acercarse al existencialismo más radical, algo inimaginable en un ser que se compone bajo una sábana blanca.
A ghost story es atrevida, arriesgada, inteligente, ingenua y sabia a un tiempo.
Pero sobre todo es extrañamente hermosa y consigue desde su sencillez crear imágenes totalmente fascinantes en el recorrido del protagonista. Verlo caminar en las salas de reuniones ocupadas es tan fascinante como adivinar los pliegues de su vestimenta.
También lo es hacer una lectura, siempre particular, del devenir de esta historia.
Una propuesta que tiene mucho de obra pictórica, casi de instalación.
Hipnótica.
Y posiblemente una de las películas más inclasificables de este año.

Público

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