Director.- Javier G. Yagüe
Intérpretes.-
Marina Herranz. Javier Pérez- Acebrón. Pedro Ángel Roca
Sala Cuarta Pared
Recuerdo con emoción Las Manos, una pieza teatral coral que marco un antes y un después en lo que se conocía como teatro independiente. Formaba parte del proyecto Trilogía de la Juventud, ambicioso por encima de las posibles limitaciones económicas de la producción.
Este tipo de teatro en principio minoritario y con problemas de presupuesto, conseguía alcanzar a otro tipo de público y, muy importante, a otro tipo de prensa.
Era una obra magnífica.
Y alcanzó el reconocimiento que se merecía.
Fue una producción de la Cuarta Pared que, de nuevo, ha alcanzado el éxito de crítica y público con Nada que perder.
Creo que comenté algo similar cuando hablaba del Teatro Pavón desde que lo gestiona Kamikaze, y es que no hay nada tan de agradecer como la gestión de un espacio teatral llevado a cabo por gente que, de verdad, ama el teatro. Esto también sucede aquí.
En Cuarta Pared se hace un teatro de creación, un teatro artesano que siempre transmite la sensación de un trabajo colectivo. Y, sobre todo, un teatro pegado y comprometido con la realidad.
Nada que perder puede calificarse como género negro. Sin duda. Un negro social donde la muerte está en la conclusión y no en el inicio. Negro enclavado en la corrupción política de nuestro país, en los efectos de la crisis y el contraste entre como la sufren unos y otros. En el dolor y en la basura ( real y metafóricamente ).
Son ocho escenas.
Un puzzle en el que los autores van contando la historia de forma tangencial, desde personajes en ocasiones secundarios a la trama central, como ese profesor de filosofía y su hijo con los que se inicia la pieza. Hay una maestría absoluta en los diálogos, todos ellos creíbles, tan perfectos que sólo pueden ser ciertos. Pero hay algo más: las escenas se componen siempre de dos personajes y un tercer participante que se integra desde fuera para hacerles enfrentarse a su conciencia, para comentar y preguntar.
Porque el tema real de Nada que perder son las preguntas, sobre todo aquellas que existen y no nos queremos hacer.
Y en este sentido, no es complaciente.
La obra habla de los ninis, de los desahucios, del trabajo basura, de la pobreza, de la corrupción, como ya he citado.
Efectivamente tiene una importante carga política. Pero también, o sobre todo, tiene una carga moral. No todo es culpa de los demás. No todo se arregla echando la culpa a otros. Todos, todos, evitamos ciertas preguntas, ninguno debemos de considerarnos Dios ni otorgarnos la propiedad de la justicia o la razón.
De todas maneras, no quiero que parezca que estamos hablando casi de teatro de tesis. En Nada que perder, hay mucha emoción, desde el abrazo de un padre, hasta, especialmente , la escena en la oscuridad, totalmente sobrecogedora. También hay humor, eso que nunca falta en cualquier creación inteligente.
Tal vez, por ponerle un pequeño pero, se podría aligerar la carga política, pero creo que la crítica del epílogo, es más amplia que la meramente institucional, la moral que ya cite antes.
El montaje es un ejemplo de artesanía, de trabajo visto, de creación. Para hacerlo grande, se cuenta con tres actores increíbles, capaces de mutar en segundos hasta conseguir crear dieciséis personajes absolutamente plurales. Ellos son gran parte del éxito de la propuesta.
De nuevo, la Cuarta Pared pone una pica en el teatro. Vuelve a demostrar algo en principio tan obvio como que el talento es más importante que el presupuesto.
Grande.
Público
Intérpretes.-
Marina Herranz. Javier Pérez- Acebrón. Pedro Ángel Roca
Sala Cuarta Pared
Recuerdo con emoción Las Manos, una pieza teatral coral que marco un antes y un después en lo que se conocía como teatro independiente. Formaba parte del proyecto Trilogía de la Juventud, ambicioso por encima de las posibles limitaciones económicas de la producción.
Este tipo de teatro en principio minoritario y con problemas de presupuesto, conseguía alcanzar a otro tipo de público y, muy importante, a otro tipo de prensa.
Era una obra magnífica.
Y alcanzó el reconocimiento que se merecía.
Fue una producción de la Cuarta Pared que, de nuevo, ha alcanzado el éxito de crítica y público con Nada que perder.
Creo que comenté algo similar cuando hablaba del Teatro Pavón desde que lo gestiona Kamikaze, y es que no hay nada tan de agradecer como la gestión de un espacio teatral llevado a cabo por gente que, de verdad, ama el teatro. Esto también sucede aquí.
En Cuarta Pared se hace un teatro de creación, un teatro artesano que siempre transmite la sensación de un trabajo colectivo. Y, sobre todo, un teatro pegado y comprometido con la realidad.
Nada que perder puede calificarse como género negro. Sin duda. Un negro social donde la muerte está en la conclusión y no en el inicio. Negro enclavado en la corrupción política de nuestro país, en los efectos de la crisis y el contraste entre como la sufren unos y otros. En el dolor y en la basura ( real y metafóricamente ).
Son ocho escenas.
Un puzzle en el que los autores van contando la historia de forma tangencial, desde personajes en ocasiones secundarios a la trama central, como ese profesor de filosofía y su hijo con los que se inicia la pieza. Hay una maestría absoluta en los diálogos, todos ellos creíbles, tan perfectos que sólo pueden ser ciertos. Pero hay algo más: las escenas se componen siempre de dos personajes y un tercer participante que se integra desde fuera para hacerles enfrentarse a su conciencia, para comentar y preguntar.
Porque el tema real de Nada que perder son las preguntas, sobre todo aquellas que existen y no nos queremos hacer.
Y en este sentido, no es complaciente.
La obra habla de los ninis, de los desahucios, del trabajo basura, de la pobreza, de la corrupción, como ya he citado.
Efectivamente tiene una importante carga política. Pero también, o sobre todo, tiene una carga moral. No todo es culpa de los demás. No todo se arregla echando la culpa a otros. Todos, todos, evitamos ciertas preguntas, ninguno debemos de considerarnos Dios ni otorgarnos la propiedad de la justicia o la razón.
De todas maneras, no quiero que parezca que estamos hablando casi de teatro de tesis. En Nada que perder, hay mucha emoción, desde el abrazo de un padre, hasta, especialmente , la escena en la oscuridad, totalmente sobrecogedora. También hay humor, eso que nunca falta en cualquier creación inteligente.
Tal vez, por ponerle un pequeño pero, se podría aligerar la carga política, pero creo que la crítica del epílogo, es más amplia que la meramente institucional, la moral que ya cite antes.
El montaje es un ejemplo de artesanía, de trabajo visto, de creación. Para hacerlo grande, se cuenta con tres actores increíbles, capaces de mutar en segundos hasta conseguir crear dieciséis personajes absolutamente plurales. Ellos son gran parte del éxito de la propuesta.
De nuevo, la Cuarta Pared pone una pica en el teatro. Vuelve a demostrar algo en principio tan obvio como que el talento es más importante que el presupuesto.
Grande.
Público
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