Ediciones B
336 páginas
También disponible en ebook.
Uno de los objetivos más importantes de la novela negra es entretener. Y personalmente me parece algo muy valioso. Cualquier cosa que mejore la calidad del tiempo de quien se asoma, me parece digna de aplauso.
Desde ese punto de vista, El síndrome de Jerusalén del, para mi hasta ahora desconocido Juan Bolea, cumple con creces en este sentido.
Florian, detective singular de nombre singular, es un personaje entero, perfectamente creado tanto en sus condiciones externas como internas, se incorpora como protagonista para acompañar a la, al parecer ( repito que es mi primera lectura del autor ) protagonista habitual, Marina de Santo. La policía hace su aparición a mitad de novela, ya entonces el detective se ha metido hasta la cintura en un cruce de historias que parecen una especie de ovillo.
A partir de ahí, con viaje a Jerusalén incluido y peregrinación a un santuario de apariciones marianas, nos encaminamos sin prisa pero sin pausa hacia un final en el que todo parece encajar.
Por el camino, el autor consigue una muy buena construcción con los pilares habituales del género adaptados a lo hispano:
La ciudad de Zaragoza y sus alrededores ( con el exótico outing a Tierra Santa ), conforman un escenario pintoresco y muy bien descrito, tanto en el entorno rural como en el urbano.
La colección de personajes, se dibuja muy bien. Ya he hablado del protagonista, pero todos los que le rodean, agrupables en colectivos por su misión, tienen la suficiente estridencia para hacerse reconocibles aunque sea corta su presencia, todos con un componente irónico fruto de la mirada del detective.
Además, teniendo en cuenta que la trama ( o las tramas ) giran alrededor de la religión , el autor consigue teñirlas con un cierto halo y mantener un equilibrio siempre dentro del respeto, entre la fe y la superchería, lo verdadero y lo falso.
En resumen, la novela de Juan Bolea es buena , por encima de la media, y muy muy entretenida. Tenemos la sensación desde las primeras páginas , de que entramos en un carrusel que parece no detenerse hasta la última página. Y esta vorágine tan gozosa, nos permite no profundizar en algunos giros que, si no lo estuviésemos pasando tan bien, serían cuestionables. Pero es que casi toda novela negra, y más cuando su trama se vuelve tan diabólicamente enrevesada, tiene alguna grieta, algo perdonable si nos ha hecho disfrutar.
Público
336 páginas
También disponible en ebook.
Uno de los objetivos más importantes de la novela negra es entretener. Y personalmente me parece algo muy valioso. Cualquier cosa que mejore la calidad del tiempo de quien se asoma, me parece digna de aplauso.
Desde ese punto de vista, El síndrome de Jerusalén del, para mi hasta ahora desconocido Juan Bolea, cumple con creces en este sentido.
Florian, detective singular de nombre singular, es un personaje entero, perfectamente creado tanto en sus condiciones externas como internas, se incorpora como protagonista para acompañar a la, al parecer ( repito que es mi primera lectura del autor ) protagonista habitual, Marina de Santo. La policía hace su aparición a mitad de novela, ya entonces el detective se ha metido hasta la cintura en un cruce de historias que parecen una especie de ovillo.
A partir de ahí, con viaje a Jerusalén incluido y peregrinación a un santuario de apariciones marianas, nos encaminamos sin prisa pero sin pausa hacia un final en el que todo parece encajar.
Por el camino, el autor consigue una muy buena construcción con los pilares habituales del género adaptados a lo hispano:
La ciudad de Zaragoza y sus alrededores ( con el exótico outing a Tierra Santa ), conforman un escenario pintoresco y muy bien descrito, tanto en el entorno rural como en el urbano.
La colección de personajes, se dibuja muy bien. Ya he hablado del protagonista, pero todos los que le rodean, agrupables en colectivos por su misión, tienen la suficiente estridencia para hacerse reconocibles aunque sea corta su presencia, todos con un componente irónico fruto de la mirada del detective.
Además, teniendo en cuenta que la trama ( o las tramas ) giran alrededor de la religión , el autor consigue teñirlas con un cierto halo y mantener un equilibrio siempre dentro del respeto, entre la fe y la superchería, lo verdadero y lo falso.
En resumen, la novela de Juan Bolea es buena , por encima de la media, y muy muy entretenida. Tenemos la sensación desde las primeras páginas , de que entramos en un carrusel que parece no detenerse hasta la última página. Y esta vorágine tan gozosa, nos permite no profundizar en algunos giros que, si no lo estuviésemos pasando tan bien, serían cuestionables. Pero es que casi toda novela negra, y más cuando su trama se vuelve tan diabólicamente enrevesada, tiene alguna grieta, algo perdonable si nos ha hecho disfrutar.
Público
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