CINE: EL OTRO LADO DE LA ESPERANZA de Aki Kaurismaki

Finlandia 2017
Kati Outinen. Tommi Korpela. Sakari Kuosmanen. Janne HyyTianien.Ilkka Kouvola.

El título de esta película podría servir para cualquiera de las de Kaurismaki.
Es sencillo, directo, y habla, parece, desde un lugar más allá donde la realidad puede vivirse de forma diferente.
Porque Kaurismaki, como Loach, o los Hermanos Dardenne, por ejemplo, es de los directores que utilizan el paisaje de la realidad para convertirse en la conciencia de Europa.
Pero sus visiones no pueden ser más diferentes, tampoco su forma de contar se parece pero, sobre todo, lo que los coloca en las antípodas es su actitud.
El finlandés no engaña, no esconde las aristas, pero tampoco se conforma, y desde la modestia de quien es consciente de que su obra no va a cambiar el mundo, pone su grano de arena para paliar la sordidez.
Nos regala esperanza.
Colorea el dolor, con tonos brillantes y con ternura, y rodea el conflicto de personajes y situaciones que se mueven entre la inocencia y el absurdo de un Buster Keaton o un Charlot.
El otro lado de la esperanza comienza con un prólogo muy potente, no sólo en lo visual sino también en el simbolismo, un hombre sale de debajo de la tierra transportada por un barco. Es un inmigrante ilegal procedente de Alepo que llega con el objetivo de pedir asilo político en el país, tras una triste epopeya por el continente. Lo primero que ve, ese paisaje nocturno donde las luces de la ciudad podrían confundirse con estrellas, es una postal de invitación. Quizás por fin haya llegado a un lugar para quedarse.
Paralelamente, un hombre en apariencia gris, abandona a su mujer y su trabajo habitual para lanzarse a la aventura de mantener en activo un desastroso restaurante, con la cuestionable ayuda de tres trabajadores más propios de un guiñol.
Una historia realista, dura, triste.
Otra cómica, más cercana al sueño. Con la distancia que juega tan bien este director y que le permite, rozando lo irreal, que todo parezca posible y creíble.
Las dos se cruzan, se funden y a partir de ahí, el cuento alcanza esa dimensión alquímica que se consigue en ocasiones, Kaurismaki casi siempre. El cuento oscuro que se llena de luz.
Porque en cualquier película de este director, la solidaridad aparece para teñir cualquier amago de tragedia. La luz por lo tanto, parece decirnos Aki, no la pongo yo, la ponen los seres humanos en los que la bondad sigue existiendo.
Hay esperanza, y si no la hay, inventémosla.
Porque es necesaria.
Para ello no hay que evitar hablar de la dureza con la que se trata a los inmigrantes, en ocasiones como si fuesen delincuentes, o del nacimiento de los grupos fascistas, o la injusticia en la toma de decisiones administrativas.
Sin embargo, también hay que mostrar la solidaridad de las personas comunes. Existe y no por quedarnos sólo en la oscuridad seríamos más oscuros, agresivos o eficaces, sino simplemente más injustos.
Todo esto lo muestra con su caligrafía simple, frontal, capaz de extraer una extraña poesía de la sencillez de sus imágenes.
Es icónico ese rayo de sol, ese último plano, ese perro que se acerca.
Con este final Kaurismaki culmina el regalo, a sus personajes, a quienes representan y también a nosotros.

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