Salamandra
220 páginas
Está dentro de lo obvio citar a Chejov en la lectura de esta colección de relatos.
El autor ruso se ha convertido en un referente a la hora de hablar de un tipo de literatura que parece más interesada en la observación de lo cotidiano,que en empujar el desarrollo de la trama.
Sin embargo, personalmente no coincido en esa apreciación de que en sus obras no pasa nada ; muy al contrario, yo creo que pasan muchísimas cosas. Lo que lo hace singular es, a mi entender, su dirección al interior de sus personajes: lo que le interesa de los sucesos narrados no es la posible explosión que generen a su alrededor, sino cuales son las consecuencias que tienen en la psicología de los habitantes de su prosa, en sus deseos, sus frustraciones, sus anhelos.
No sólo es una difícil forma de contar, sino que también requiere una estructura exterior perfecta para sostenerla y conseguir que avance, sin comerse a si misma o, más importante, sin caer en el aburrimiento.
Pues bien, todo esto , que el maestro ruso consiguió en cada una de sus piezas teatrales y en sus cuentos, es totalmente aplicable a esta preciosa colección de cuentos de Trevor que, tras Verano y Amor, tiene el detalle de regalarnos una editorial tan rigurosa como Salamandra.
Si tuviésemos que buscar lugares comunes que diesen cierta homogeneidad al conjunto, podríamos sin duda hablar de Irlanda; sólo dos de los relatos se sitúan fuera pero habitados por nativos ; así en su lectura global, creo que se transmiten las señas de identidad de una cultura marcada por , entre otras cosas, su apertura al siglo que vivimos pero con ciertos códigos que parecen mantenerse del pasado, y que pueden materializarse en sentimientos de raiz tan identificable como la culpa.
También, y quizás , aunque no me atrevo a asegurarlo, esa cultura se refleje en otro lugar común y es cierta desorientación en sus personajes principales, entre donde están, donde querrían estar y, más desolador, donde creen que podrían haber estado. Con ello, su autor es capaz de generar en muy pocas páginas, verdaderos dramas o análisis certeros de la condición humana. Todos los que componen la colección me parecen inolvidables, pero el que da título al libro es un ejemplo de incertidumbre, de duda, de, en definitiva, vida.
Una mujer que no sabe como afrontar el futuro, una muchacha que ve lastrada su vida cuando tiene que reconocer la frivolidad de sus razones y el camino de la tragedia, un joven que nunca se podrá perdonar a si mismo, un fracaso a justificar como éxito, sueños que finalmente se quedan en sueños....
Pero William Trevor no es sólo un observador intuitivo y certero de la psicología, sino también y fundamentalmente , un excelente escritor. Cada una de las piezas tiene una estructura adecuada que le permite expandirse, proporcionando toda la información necesaria para su comprensión, superando las posibles limitaciones del espacio. Y lo hace con una prosa precisa y hermosa, capaz de describir por igual estados de ánimo y paisajes.
Ante esta lectura de lo que para mi es sin duda una absoluta obra maestra, quiero terminar con dos referencias a la presente edición:
Por un lado, a la fotografía del autor que se incluye en la contraportada. No puede sorprendernos. En su gesto se traslada inteligencia y , sobre todo, amor y respeto, algo que destila su obra y de lo que hoy está tan falto este mundo.
En segundo lugar , lo que entiendo es un error, la portada se compone con una ilustración de la trasera de un automóvil y dos ocupantes, que fácilmente puede remitir, de forma equívoca , a épocas anteriores. Creo que uno de los valores de la universalidad de Trevor es su actualidad . En alguno de sus relatos se habla de correos electrónicos, chats o internet.
Perdonable en cualquier caso al editor si sigue dándonos a conocer su obra que, estoy seguro, estará habitado por otras joyas como esta.
Público
220 páginas
Está dentro de lo obvio citar a Chejov en la lectura de esta colección de relatos.
El autor ruso se ha convertido en un referente a la hora de hablar de un tipo de literatura que parece más interesada en la observación de lo cotidiano,que en empujar el desarrollo de la trama.
Sin embargo, personalmente no coincido en esa apreciación de que en sus obras no pasa nada ; muy al contrario, yo creo que pasan muchísimas cosas. Lo que lo hace singular es, a mi entender, su dirección al interior de sus personajes: lo que le interesa de los sucesos narrados no es la posible explosión que generen a su alrededor, sino cuales son las consecuencias que tienen en la psicología de los habitantes de su prosa, en sus deseos, sus frustraciones, sus anhelos.
No sólo es una difícil forma de contar, sino que también requiere una estructura exterior perfecta para sostenerla y conseguir que avance, sin comerse a si misma o, más importante, sin caer en el aburrimiento.
Pues bien, todo esto , que el maestro ruso consiguió en cada una de sus piezas teatrales y en sus cuentos, es totalmente aplicable a esta preciosa colección de cuentos de Trevor que, tras Verano y Amor, tiene el detalle de regalarnos una editorial tan rigurosa como Salamandra.
Si tuviésemos que buscar lugares comunes que diesen cierta homogeneidad al conjunto, podríamos sin duda hablar de Irlanda; sólo dos de los relatos se sitúan fuera pero habitados por nativos ; así en su lectura global, creo que se transmiten las señas de identidad de una cultura marcada por , entre otras cosas, su apertura al siglo que vivimos pero con ciertos códigos que parecen mantenerse del pasado, y que pueden materializarse en sentimientos de raiz tan identificable como la culpa.
También, y quizás , aunque no me atrevo a asegurarlo, esa cultura se refleje en otro lugar común y es cierta desorientación en sus personajes principales, entre donde están, donde querrían estar y, más desolador, donde creen que podrían haber estado. Con ello, su autor es capaz de generar en muy pocas páginas, verdaderos dramas o análisis certeros de la condición humana. Todos los que componen la colección me parecen inolvidables, pero el que da título al libro es un ejemplo de incertidumbre, de duda, de, en definitiva, vida.
Una mujer que no sabe como afrontar el futuro, una muchacha que ve lastrada su vida cuando tiene que reconocer la frivolidad de sus razones y el camino de la tragedia, un joven que nunca se podrá perdonar a si mismo, un fracaso a justificar como éxito, sueños que finalmente se quedan en sueños....
Pero William Trevor no es sólo un observador intuitivo y certero de la psicología, sino también y fundamentalmente , un excelente escritor. Cada una de las piezas tiene una estructura adecuada que le permite expandirse, proporcionando toda la información necesaria para su comprensión, superando las posibles limitaciones del espacio. Y lo hace con una prosa precisa y hermosa, capaz de describir por igual estados de ánimo y paisajes.
Ante esta lectura de lo que para mi es sin duda una absoluta obra maestra, quiero terminar con dos referencias a la presente edición:
Por un lado, a la fotografía del autor que se incluye en la contraportada. No puede sorprendernos. En su gesto se traslada inteligencia y , sobre todo, amor y respeto, algo que destila su obra y de lo que hoy está tan falto este mundo.
En segundo lugar , lo que entiendo es un error, la portada se compone con una ilustración de la trasera de un automóvil y dos ocupantes, que fácilmente puede remitir, de forma equívoca , a épocas anteriores. Creo que uno de los valores de la universalidad de Trevor es su actualidad . En alguno de sus relatos se habla de correos electrónicos, chats o internet.
Perdonable en cualquier caso al editor si sigue dándonos a conocer su obra que, estoy seguro, estará habitado por otras joyas como esta.
Público
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