Director de escena- Lluís Pasqual
Director musical- Ingo Metzmacher
Escenógrafo- Paco Azorín
Iluminación - Pascal Mérat
Figurinista- Isidre Prunés
Il Prigionero:
Deborah Polaski. Georg Nigl. Donald Kaasch. Gerardo López
Sour Angelica:
Julianna Di Giacomo. Deborah Polaski. Maria Luisa Corbacho. Marina Rodríguez Cusi. Itxaro Mentxaka. Auxiliadora Toledano. Maira Rodríguez. Rossella Cerioni. Anna Tobella
Personalmente creo que el hecho de juntar en un mismo programa estas dos obras tan dispares musicalmente hablando y llevarlas a compartir escenografía , supone una toma de posición ideológica , especialmente en lo que se refiere a la segunda.
Lo cierto es que poco tiene que ver en principio el alegato en contra de la tortura de Dallapiccola con el melodrama conventual de Puccini, salvo que la decisión sea, como parece en este caso, establecer paralelismos en lo que se refiere a la privación de la libertad , y en concreto, en la utilización de la religión como herramienta coercitiva.
La opción puede ser discutible, pero es también tan aceptable como cualquier otra, y en ningún caso , de las más disparatadas que hemos visto últimamente en nuestros teatros.
Lo que verdaderamente importa es el resultado, el espectáculo, y tengo que decir que , sin compartir la premisa antes citada , el resultado es en mi opinión excelente en ambos casos.
Vayamos por partes:
Comienza Il Prigionero en la más absoluta oscuridad.
Poco a poco iremos descubriendo una escenografía brutal, de la que luego hablaremos , y es en ese escenario, donde tiene lugar esta pesadilla sobre la tortura , este viaje al infierno íntimo del condenado, convertido en juguete de dolor por la crueldad de sus carceleros.
La música expresionista encuentra un apoyo absoluto en la representación teatral, en el movimiento que se consigue con relativamente pocos elementos y en este laberinto vertical, llevándonos de la mano en un viaje hasta el horror.
El resultado en este caso, puede calificarse casi de redondo.
Equiparar Sour Angelica , este melodrama un poco pasado en libreto, con esta pieza, trasladar a las monjitas a ese universo de oscuridad , es cuando menos una opción arriesgada.
Pero repito, es una opción. El director de escena lo deja claro, no sólo en la utilización de las rejas sino también en los figurantes , esas hermanas colocadas en puntos estratégicos del escenario, que parecen sustituir a los carceleros vigilantes de la obra anterior.
Cuesta más adaptar la estructura a su argumento; queda claro que está creada para la primera propuesta , pero se consigue, dotándola de movimiento y de pequeños elementos que sirven perfectamente como marco para la mágica música de Puccini.
Y es que en este caso, la emoción deriva fundamentalmente de los aspectos sonoros , que desde el escenario, alcanzan el patio de butacas, trasladándonos toda su belleza.
Considero que el final, esa escala de neón , esa desnudez que parece despojar el escenario y dejar la tramoya al descubierto, es coherente: una forma que tiene Pasqual de decirnos que eso sólo es posible desde el punto de vista teatral, que no comulga y no se cree ese final inmerso en la salvación del alma, una manera de hacer terreno lo divino.
Otra elección. De nuevo válida aunque discutible.
Sin duda dos de los elementos protagonistas de la función son la iluminación y la escenografía.
Sobre la primera poco que decir más que que resulta absolutamente perfecta , con capacidad para crear paisajes interiores y trabajar totalmente a favor de la narración , desde la limpieza al sobrecogimiento.
Sobre la escenografía , que antes califiqué de brutal y podría calificarse de potente y por supuesto valiente , creo que es un excelente ejercicio estético; quizás, repito, más adecuada para Il Prigionero, pero que también cumple como escenario conventual.
En definitiva , tanto musical como teatralmente , un espectáculo muy bueno, cuestionable como cualquier manifestación artística pero que sin duda alcanza el nivel que debe de exigir el público de un teatro como el Real de Madrid.
Público
Director musical- Ingo Metzmacher
Escenógrafo- Paco Azorín
Iluminación - Pascal Mérat
Figurinista- Isidre Prunés
Il Prigionero:
Deborah Polaski. Georg Nigl. Donald Kaasch. Gerardo López
Sour Angelica:
Julianna Di Giacomo. Deborah Polaski. Maria Luisa Corbacho. Marina Rodríguez Cusi. Itxaro Mentxaka. Auxiliadora Toledano. Maira Rodríguez. Rossella Cerioni. Anna Tobella
Personalmente creo que el hecho de juntar en un mismo programa estas dos obras tan dispares musicalmente hablando y llevarlas a compartir escenografía , supone una toma de posición ideológica , especialmente en lo que se refiere a la segunda.
Lo cierto es que poco tiene que ver en principio el alegato en contra de la tortura de Dallapiccola con el melodrama conventual de Puccini, salvo que la decisión sea, como parece en este caso, establecer paralelismos en lo que se refiere a la privación de la libertad , y en concreto, en la utilización de la religión como herramienta coercitiva.
La opción puede ser discutible, pero es también tan aceptable como cualquier otra, y en ningún caso , de las más disparatadas que hemos visto últimamente en nuestros teatros.
Lo que verdaderamente importa es el resultado, el espectáculo, y tengo que decir que , sin compartir la premisa antes citada , el resultado es en mi opinión excelente en ambos casos.
Vayamos por partes:
Comienza Il Prigionero en la más absoluta oscuridad.
Poco a poco iremos descubriendo una escenografía brutal, de la que luego hablaremos , y es en ese escenario, donde tiene lugar esta pesadilla sobre la tortura , este viaje al infierno íntimo del condenado, convertido en juguete de dolor por la crueldad de sus carceleros.
La música expresionista encuentra un apoyo absoluto en la representación teatral, en el movimiento que se consigue con relativamente pocos elementos y en este laberinto vertical, llevándonos de la mano en un viaje hasta el horror.
El resultado en este caso, puede calificarse casi de redondo.
Equiparar Sour Angelica , este melodrama un poco pasado en libreto, con esta pieza, trasladar a las monjitas a ese universo de oscuridad , es cuando menos una opción arriesgada.
Pero repito, es una opción. El director de escena lo deja claro, no sólo en la utilización de las rejas sino también en los figurantes , esas hermanas colocadas en puntos estratégicos del escenario, que parecen sustituir a los carceleros vigilantes de la obra anterior.
Cuesta más adaptar la estructura a su argumento; queda claro que está creada para la primera propuesta , pero se consigue, dotándola de movimiento y de pequeños elementos que sirven perfectamente como marco para la mágica música de Puccini.
Y es que en este caso, la emoción deriva fundamentalmente de los aspectos sonoros , que desde el escenario, alcanzan el patio de butacas, trasladándonos toda su belleza.
Considero que el final, esa escala de neón , esa desnudez que parece despojar el escenario y dejar la tramoya al descubierto, es coherente: una forma que tiene Pasqual de decirnos que eso sólo es posible desde el punto de vista teatral, que no comulga y no se cree ese final inmerso en la salvación del alma, una manera de hacer terreno lo divino.
Otra elección. De nuevo válida aunque discutible.
Sin duda dos de los elementos protagonistas de la función son la iluminación y la escenografía.
Sobre la primera poco que decir más que que resulta absolutamente perfecta , con capacidad para crear paisajes interiores y trabajar totalmente a favor de la narración , desde la limpieza al sobrecogimiento.
Sobre la escenografía , que antes califiqué de brutal y podría calificarse de potente y por supuesto valiente , creo que es un excelente ejercicio estético; quizás, repito, más adecuada para Il Prigionero, pero que también cumple como escenario conventual.
En definitiva , tanto musical como teatralmente , un espectáculo muy bueno, cuestionable como cualquier manifestación artística pero que sin duda alcanza el nivel que debe de exigir el público de un teatro como el Real de Madrid.
Público
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