USA 2022
Hace unos años, comenté aquí una serie documental, La escalera. En ella se recorría la epopeya judicial de Michael Peterson, un
escritor que, tras fallecer su esposa en lo que parece ser un accidente
doméstico, es acusado de asesinato. Lo más sorprendente es que, cuando toda su
familia, incluso su hijastra fruto de un matrimonio anterior de la víctima,
apoyan su inocencia, el acusado es declarado culpable. El único punto oscuro
que aparece es su vinculación con una muerte anterior de otra mujer en
similares condiciones.
Además de la sorpresa antes citada con respecto al resultado
del juicio, llamaba la atención la cantidad de material que se mostraba, en lo
que se refiere al entorno cotidiano del protagonista y su familia, y la
aparente oportunidad en la decisión de llevar a cabo esta producción.
Sin poder ofrecer una afirmación contundente con respecto a
lo ocurrido, lo cierto es que este documental parecía inclinarse hacia la
inocencia.
El título es el mismo: La escalera. También es una serie, en
este caso de ficción. Y, en mi expectativa inicial, pienso que será la
ficcionalización de una verdad que ya me han contado. Pues bien, aquí es donde
nos encontramos con una paradoja que cambiará totalmente nuestra perspectiva.
Porque lo que se nos cuenta no es sólo el caso de Michael
Peterson y su entorno, sino también la creación del propio documental,
producido por una mujer fascinada por el personaje y capaz de manipular la
extensión del contenido y la forma de presentarlo para conseguir el efecto
deseado.
Y aquí es donde el concepto de la verdad se tambalea, porque
también se puede manipular, y entonces será más peligrosa porque se nos venderá
como cierta.
El padre de familia modelo del documental, es aquí un
mentiroso cruel, inteligente y mediocre en sus logros literarios, con una
sexualidad confusa y unas relaciones poco empáticas con su entorno. Sus hijos
son un grupo de muchachos afectados por un afecto desordenado y una presencia
totémica y algo amedrentadora, por inseguridades varias que los convierte en
enfermos de amor.
Todo muy diferente a lo que creíamos saber.
Por lo demás la serie es impecable en su producción y muy
eficaz en su escritura, lo más difícil. Sin tomar ninguna decisión, opta por la
inteligente opción de materializar todas las posibilidades sin decantarse por
ninguna, y nos ofrece una disección meticulosa y no complaciente de esta
familia. El final es perfecto, no podía
ser otro, y el rostro de Colin Firth consolida una interpretación perfecta.
Apasionante pues en si misma, lo es también por motivos
extracinematográficos: recordarnos que un documental es otra forma de creación,
y que, como la ficción, es susceptible de ser cuestionado. La verdad es, cada
vez más, algo difícil de definir.
Público
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