NOVELA: LA CULPA DE ESTAR VIVA de Begoña Serrano

 

Letropia

170 páginas

No es fácil, nada fácil, escribir las historias de la gente corriente, aquellas personas a las que difícilmente uno se pararía a mirar en la calle. Convertirlas en personajes, darles la envergadura que tienen, sólo por el hecho de estar vivas, sin traicionar su humildad, es algo que sólo consiguen los buenos escritores.

Begoña Serrano compone un cuadro pequeño, casi de teatro de cámara, centrado alrededor de Leonor, una mujer ahogada en una educación rígida y oscura sostenida por una ficción hipócrita de la religión. A su lado, y no sólo como meros comparsas, Juana, su antagonista en lo que se refiere a disfrutar de la vida, y Félix, un hombre corriente con cierto bagaje intelectual y mucha tristeza en las espaldas.   

Lo que nos dibuja La culpa de estar viva es un estado en tierra de nadie, donde la locura, sin llegar a manifestarse, responde como mecanismo de defensa ante la imposibilidad de adaptarse a un mundo del que sólo se conocen palabras oscuras: miedo, verguenza, soledad, ignorancia, y, como no, culpa.

Begoña Serrano nos propone una novela triste, muy triste, pero muy creíble. Seguramente la que vivieron muchas niñas que tuvieron que salir sin ayuda de años grises para descubrir que la vida era muy distinta de lo que les habían contado. Quizás por eso tengo la sensación de que todas las páginas están teñidas de compasión, de piedad. No hay juicio, a cambio, hay dolor.

Y lo más importante, la autora nos lo cuenta con una prosa preciosa y precisa, galdosiana, en un Madrid todavía con aire de provincias. Es una gozada desde el punto de vista literario recorrer estas páginas tan hermosas donde todo huele a verdad.

La culpa de estar vida es una novela excelente, sin complejos, y una crónica de personas corrientes en tiempos difíciles, que tuvieron vidas, sin duda tan importantes como la de cualquiera de nosotros.

Público

  

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