MILAN KUNDERA

 


Hace tiempo que no escribo lamentos. Desgraciadamente, la edad que vamos alcanzando, hace que sea frecuente la pérdida de nuestros ídolos. Sin embargo, en ocasiones son muchos los recuerdos que aparecen cuando alguien se va. Y hablar de ellos es hablar un poco de nosotros.

Recuerdo cuando La insoportable levedad del ser se convirtió en un best seller culto. Fue entrar en una historia de amor y descubrimiento que nos abría el paisaje de la Europa del Este, hasta entonces territorio ignoto, y nos animaba a entender su ansia de libertad.

Luego hubo más novelas, todas ellas capaces de bascular entre la ligereza de un vals y la solidez de la sabiduría. Hasta que llegó La Inmortalidad, una obra grande, para mi uno de los hitos en la comprensión de la literatura como un arte constructivo, complejo y capaz de hacer una mixtura perfecta entre la verdad y la ficción.

Tengo la sensación de que sus últimos años han sido de silencio, pero su legado es pura vida. En mi caso, dentro de mi amor a los libros, los suyos son ya parte de la mía. Nunca digo adiós a quien no se va.

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