Aline Kuppenheim. Amalia Kassai. Nicolás Sepúlveda. Roberto Farias. Hugo Medina. Alejandro Goic. Gabriel Urzua. Ernesto Melendez
Se atribuye a Hitchcock la afirmación de que cuanto mejor era el villano de una película, mejor resultaba esta. Siendo totalmente cierto, hay algo mucho peor y es cuando la maldad no se identifica con un sujeto concreto sino que es una presencia casi abstracta que consigue que su onda expansiva se extienda sin control.
De eso entre otras cosas habla 1976, del miedo que es más denso cuando no se focaliza y que se convierte en una herramienta infalible para el poder en la mayoría de las dictaduras.
Estamos en el Chile de Pinochet. Carmen, la protagonista, es una mujer acomodada que aparentemente no está del todo cómoda en su posición. La limpieza de su conciencia la realiza mediante su colaboración con un religioso en su vivienda de veraneo. Será a través de él como accidentalmente entrará en contacto con la parte más oscura de un gobierno al que ya no era afín.
Pero Martelli no nos propone una narración heroica. En su retrato de esta mujer, hace también un dibujo matizado de una sociedad que, queriendo tener el derecho de aparecer como contestataria frente a la dictadura, no está dispuesta a renunciar a sus privilegios. Una sociedad que incluso cuando se requiere su participación activa, es incapaz de valorar lo suficientemente el peligro como para sufrir las molestias de utilizar el autobús en lugar del coche particular.
La narración está pegada a la piel de Carmen, por lo tanto pegada al descubrimiento del miedo, y, estilizada en lo esencial, se cuente linealmente de una forma transparente pero empapándola de tensión desde el primer momento. Por eso, además de valorarla como una crónica histórica que siempre es importante recordar, también es casi una experiencia inmersiva.
Una obra necesaria y coherente, alejada del efectismo pero mucho más eficaz. Y sí, aterradora, como lo fueron aquellos días.
Público
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