Juliette Binoche. Vincent Lindon. Gregoire Colin. Isaa Perica. Mati Diop. Bullie Ogier
Fuego comienza con una preciosa recreación del romanticismo cotidiano. Sara y Jean son una pareja madura que se adora, hacen cosas juntos, se besan y se abrazan como si todavía fuesen novios, no existe entre ellos ninguna imposición de roles aunque sea ella la que tiene un trabajo estable y el sea un exconvicto. Todo parece funcionar a la perfección hasta que de pronto vuelve a aparecer en sus vidas Francois, un personaje que en su día estuvo unido a ambos.
Fuego habla del deseo de forma directa, de esa fuerza que puede tener un carácter destructivo pero también irrenunciable aunque seamos conscientes de los devastadores efectos que está produciendo. Y no es algo que surja en las ruinas de una relación, sino que es capaz de destruir el más sólido edificio.
Frente a eso, creo que la decisión más lograda de la directora es contárnoslo todo con la caligrafía de un thriller, sus miradas y sus silencios, la música, la penumbra, todo apunta a una tensión contenida. También contribuye a ello el control de la información de la que sólo conoceremos lo imprescindible, teniendo muchas veces la incómoda sensación de estar en zonas grises.
Fuego es casi una pieza de cámara en la que hay alguna cosa que no termina de encajar, personalmente me sobra la historia de Jean con su hijo y su madre que, creo, no aportan mucho al personaje. Sin embargo cuenta con mucho de bueno. Ya he hablado de su caligrafía. La definición de los personajes es magnífica, tanto por lo que muestra como por lo que nos lleva a intuir. Y las interpretaciones redondas, dejando de lado mi amor incondicional por Binoche, aquí hace un ejercicio superior para trasladarnos su inestabilidad, su desconcierto ante si misma; a su lado Lindon construye un perdedor al que es imposible no comprender, y Colin da el nivel necesario de amenaza y misterio.
Posiblemente nuestros errores sean lo que nos hace humanos y probablemente es de lo que habla Claire Denis, de seres humanos atrapados en sus propias contradicciones. Lo hace con meticuloso rigor, con fuerza, y sobre todo, con la capacidad de poner verdad en cada minuto de este triángulo que tantas veces puede ser cierto.
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