Directora.-
Lucía Miranda.
Intérpretes.-
Francesc Aparicio. Ares Fernández. Carmen Escudero. María Gálvez. Carlos González. Marina Moltó. Juan Paños. Chelís Quinza. Marta Ruiz. Victor Sainz. Clara Sans.
Recuerdo hace unos años, cuando mis hijas eran pequeñas, ir con ellas al teatro para disfrutar de El Príncipe de Valdemar, una representación basada en La Cabeza del Dragón. Era una función de no más de una hora, coqueta, divertida, ágil.
Ahora, esta pieza escrita como rentable de marionetas para
niños, llega al escenario del María Guerrero pensada y presentada para adultos,
aunque realizada desde la idea de explotar la frescura que apunta la juventud (
ninguno de los actores tiene más de treinta años, y tengo la sensación de que
gran parte del resto del equipo tampoco).
La historia, sigue a un príncipe, huido por dejar escapar a
un duende de las mazmorras del castillo de su padre, hasta su enamoramiento de
una infanta amenazada con ser entregada a un dragón para salvar a su pueblo.
Una trama propia de un cuento de los de siempre.
Pero Lucía Miranda ha decidido otra cosa. Y lo que ocurre en
este lugar ( y ocurren muchas cosas en esta hora y cuarenta minutos ) es un
explosión de creatividad, brillo y descaro, con más aire de cabaret que de
teatro, y aderezado por muchas canciones sin esclavitud de género, pasando de
mucho flamenco ( lo que más me gusta ), a baladas clásicas a aire de musical
disneyano. Por supuesto también hay mucho humor y un vestuario y una escenografía
muy divertida y con imágenes excelentes.
Como espectáculo, esta representación de La Cabeza del Dragón
es incuestionable. Totalmente envolvente y fresca, atrevida y alejada de
cualquier purismo. Pueden chirriarme en algún momento la vinculación política
de algunos comportamientos y de una canción en especial, pero eso no empaña el
conjunto.
El problema es otro.
Y es que, personalmente, pienso que el texto de Valle Inclán
es, en este caso, limitado. Lo decíamos al principio, una farsa infantil para
marionetas. Un texto que, a mi entender, no sostiene la relevancia del
espectáculo, por muchos añadidos que se le incorporen, dando la sensación en
ocasiones de que la trama no va a ningún sitio.
No es una crítica, es lo que es y demuestra cierto respeto
por lo escrito, especialmente con esa lectura de las acotaciones que nos
permite escuchar su belleza. Es inevitable pensar que habría conseguido Lucía Miranda
en un obra con más vuelo. En lugar de lamentarlo, esperémoslo. Y mientras
tanto, gocemos de lo disfrutado con la propuesta y agradezcamos su labor en el
amor al teatro, algo que demostraban la gran cantidad de jóvenes que ayer
tarde, después de haberse reído mucho, aplaudían en pie.
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Público
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