TEATRO: LA MUERTE DE UN VIAJANTE de Arthur Miller

 

Director.-

Rubén Szuchmacher

Intérpretes.-

Imanol Arias. Cristina de Inza. Jon Arias. Jorge Basanta. Fran Calvo. Virginia Flores. Carlos Serrano Clarck

Al comienzo de la obra el telón se abre sobre un bunker de ladrillo. Un cuadrilátero cerrado con cuatro sillas donde el aire sólo entrará, de vez en cuando, con unas proyecciones que ocupan la parte superior de la pared del fondo. 

Es en ese lugar algo abstracto donde los cuatro miembros de la familia Loman tendrán que enfrentarse a la desolación de un futuro que ha devorado todos sus sueños, siempre con la referencia de aquellos tiempos en que aun creían en el éxito. Cuando están al borde del barranco, es el momento de asumir, no ya que no existía el sueño americano, sino que, esa misma creencia, les llevó, en el pasado, a decidir inventarse la realidad. El sueño parecía admitir incluso el autoengaño.

Pero la realidad es tozuda. Y cuando ya no hay horizonte no queda otro remedio que asumir la miseria.

El montaje es austero hasta el exceso. Podemos pensar que pobre. Sin embargo este director de complicado apellido, consigue hacer de la necesidad virtud y apuesta por una representación que deje fluir el texto de Miller con total transparencia. Y si este es un clásico es por algo. En su día, el dramaturgo hizo que la sociedad se enfrentase a la existencia de tragedias en su entorno cotidiano, a no mirar para otro lado cuando personas que habían trabajado durante toda su vida, terminaban, al final de su vida laboral, teniendo que aceptar la pobreza. Dibujo a la perfección el horror de la incertidumbre en el momento de sus vidas en que ya no les quedan fuerzas. El conflicto familiar, la desesperanza, el dolor del amor.... todo está ahí y todo eso lo sentimos. Sólo hay una cosa que siempre he considerado innecesaria y algo melodramática en la escritura y es la razón de la separación entre padre e hijo en el viaje a Bostón.

El segundo pilar de esta producción es la interpretación. Hay un conjunto homogéneo, sólido. Consiguen trasladarnos el texto y matizarnos el subtexto. Si destaco a Jon Arias, al que desconocía, es porque creo que hace un trabajo excelente en un papel que fácilmente podía haber caído en el exceso.

Pero por supuesto, la representación es de Imanol Arias. Su interpretación es sorprendente no sólo por su minuciosidad y su delicadeza, sino, sorprendentemente, por su humildad. Es un actor grande mimetizándose con el conjunto, siendo una pieza más y evitando cualquier alarde. Eso sólo lo pueden hacer actores muy buenos, muy generosos y muy inteligentes. Su Willy Loman se convierte en un personaje icónico, contundente por su debilidad, capaz de transmitirnos todo su dolor y hacernos empatizar desde la angustia de poder encontrarnos algún día en un sitio parecido. 

No sólo por él merece la pena verse esta versión que nos recuerda que los clásicos siempre están ahí para recordarnos que, si olvidamos poner al ser humano en el centro de la existencia, estaremos caminando hacia el lugar equivocado.

Público   

  

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