CINE: EL OLVIDO QUE SEREMOS de Fernando Trueba

 

Colombia 2021

Javier Cámara. Patricia Tamayo. Juan Pablo Urrego. Nicolás Reyes Cano. Aida Morales. Sebastián Giraldo. Whit Stillman. María Tereza Barreto. Lara Londoño. Elizabeth Minotta. Kami Zea. Luciana Echeverry. Camila Zarate. Laura Rodriguez. Luz Myriam Guarin. Gustavo Angaritta. Kepa Amuchastegui. Gianina Arana. Adriana Ospina. John Camilo Pinzón. Juan Manuel Aristizabal. Jesús Orlando Cadavid. María de las Mercedes Hernández.

Cuando leí la novela de Héctor Abad Faciolince dedicada a contar la historia de su padre,  pensé, y creo que escribí aquí, que es la novela que me gustaría que mis hijas escribiesen sobre mi. Era un homenaje de agradecimiento por el amor recibido, por la libertad enseñada, por la bondad ejemplarizada, un homenaje que se hacía desde una sinceridad que no obviaba los defectos de su progenitor.

El personaje central me recordó a Aticus Finch de Matar a un ruiseñor, otra novela de recuerdo paterno que adoro, y me congratuló que mi admirado Carlos Boyero hiciese en su crítica de esta película el mismo paralelismo.

Con estas referencias, mi perspectiva sobre la obra de Trueba era exigente, y aunque es sin duda un gran director, me costaba pensar que pudiese alcanzar con sus fotogramas, la emoción que me habían trasladado las páginas.

Lo digo ya: lo ha conseguido. El olvido que seremos es una película grande, importante, magnífica. 

Trueba divide la película en dos tiempos, y aunque comienza con un pequeño prólogo para encuadrar la narración como recuerdo, ambas están claramente diferenciadas. 

La primera, en brillantes colores, con un ritmo ágil y un montaje brillante, nos retrotrae a la infancia del escritor en su casa de Medellín, rodeado de cinco hermanas, y unos padres tan diferentes como cómplices. Sin evitar episodios de honda tristeza, Trueba consigue aquí plasmar la vitalidad que rebosada Belle Epoque, esa alegría de vivir que, en ningún caso implica el desconocimiento de la injusticia, no es una alegría ciega sino militante. 

La segunda regresa al blanco y negro del prólogo, son aquí los tiempos del presente, del regreso, tiempos más grises en todo el país. Colombia busca una salida frente a la miseria y esa lucha parece condenada al continuo fracaso. La alegría se ha transformado, ahora se ha teñido con un ligero matiz de desengaño pero no por ello se ha rendido. Todo sigue basculando alrededor del protagonista pero la base familiar, ya solidificada, deja paso a un visión más amplia de la sociedad que les rodea.

Nunca es fácil trasladar a un guion una novela de carácter tan íntimo. En este caso se consigue, prescindiendo de algunos aspectos pero dejando lo realmente importante, desde el detalle. Trueba, con ese excelente material, pone lo mejor de sabiduría cinematográfica y consigue hacernos empatizar de inmediato y, por ello, estar abiertos a las corrientes de emoción que se crean. 

El resultado tiene también mucho que ver con la entrega de todos sus intérpretes, especialmente de los componentes de la familia, pero, sobre todo, de un Javier Cámara que se ha convertido, ya hace tiempo en uno de los grandes. Desde que me deslumbró en Hable con ella, nunca ha dejado de hacerlo; no me atrevo a decir que este es el papel de su vida porque estoy de que habrá muchos más.

Como decía al principio, El olvido que seremos, película, está a la altura de El olvido que seremos, novela. Es una obra comprometida con la honestidad del material de partida, realizada desde la serenidad y con cuidado y mimo, con ambición. Viene a sumarse a una filmografía, la de Fernando Trueba, que cuenta ya con un número importante de obras a recordar, un hombre que además ama al cine, y eso se siente.

Público

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