CINE: SOLO NOS QUEDA BAILAR de Levan Akin

Suecia 2019
Levan Gelbakhiani. Bachi Valishvili. Ana Javakishvili. Giorgi Tsereteli. Tamar Bukhnikashvili. Marika Gogichaishvili. Kakha Gogidze. Levan Gabrava. Ana Mkharadze. Nino Gabisonia. Mate Khidasheli. Aleko Begalshvili. Nia Gvatua. Lucas Helsing. Ketie Daniela. Giorgi Aladashvili

Aunque esté producida y se presente bajo la bandera de  Suecia, esta es una historia de Georgia. No hay más que leer el apellido de los actores para comprobarlo.....
Pero además, es una historia enraizada en es país que hasta 1992 formó parte de la URSS.
Merab, el protagonista, es un joven bailarín. También su hermano. ambos viven con su madre y su abuela en el límite de la pobreza en que el comunismo ha dejado a la mayor parte de la sociedad del país.
Ambos se dedican a bailar. Pero en un entorno donde los rígidos principios morales de la época anterior siguen prevaleciendo, la danza es autóctona, una tradición ancestral, con movimientos de una brusca belleza y que funciona como una constatación de la masculinidad.
Con la llegada de un nuevo bailarín, Merab va a descubrir su identidad sexual, poco a poco y siempre entre el miedo, pero también descubrirá, o especialmente, que lo que verdaderamente desea y necesita es la libertad. La lección final para este muchacho, será que, esa libertad, debe de ganarse desde dentro, regalársela cada uno, más allá de la libertad de las instituciones y de cualquier percepción exterior.
Pero sería injusto limitar la película a eso.
Sólo nos queda bailar es también el retrato de la juventud del país. Esa juventud con muy pocos recursos y muchos anhelos que necesita encontrar sus espacios y conquistarlos. Me enternece su emoción ante lo que viene de fuera, sea esto el tabaco inglés o la música de ABBA ( De hecho tengo la sensación de que el director ha formado parte de esa juventud hambrienta, y que su película nace como un remedo personal de Flashdance, cinta que tuvo que disfrutar, por fechas, bajo el régimen comunista ).
Desde el punto de vista estético, el director hace un trabajo muy bueno, sacando lo mejor de la grandeza de la danza y también de la decadencia arquitectónica del entorno. Al mismo tiempo, es capaz de dotar de romanticismo y delicadeza la relación entre los dos hombres.
Emociona porque nos resulta fácil identificarnos con el desconcierto y la necesidad del joven protagonista y por eso agradecemos las escenas que en el último tramo le regala el director, la última conversación con su hermano y el último baile.
Hay veces que el cine es una forma de liberación, de sacar la cabeza, de comenzar a respirar fuera del agua y de caminar hacia adelante.
En esos casos, su valor va más allá del artístico.
Sólo nos queda bailar es un buen ejemplo.

Público

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