TEATRO: EL CASTIGO SIN VENGANZA de Lope de Vega

Director.-
Helena Pimenta
Intérpretes.-
Beatriz Arguello. Joaquín Notario. Rafa Castejón. Nuria Gallardo. Javier Collado. Carlos Chamarro. Lola Baldrich. David soto Giganto. Fernando Trujillo.
Compañía Nacional de Teatro Clásico

El acercamiento de Helena Pimenta a los clásicos es siempre desde el respeto. Un respeto que en ningún caso es académico.
Al mismo tiempo, sus propuestas siempre buscan hacerlos más asequibles al público contemporáneo pero sin que eso suponga nunca bajar su nivel ni banalizarlos.
Para conseguir este difícil y precioso equilibrio, sus montajes tienen siempre unas características comunes que se han convertido ya en señas de identidad. Sus propuestas son totalmente reconocibles. Y todo ello se distingue y guía a la perfección este montaje de El castigo sin venganza.
Vayamos por partes:
Libertad.
Los montajes de Pimenta no suponen una adaptación cronológica a tiempos más cercanos o que puedan otorgar otra dimensión a la propuesta. Ella juega con elementos de diferentes épocas que, a pesar de su aparente anacronismo, encajan a la perfección como conjunto. En este caso, el que el trono sea un sillón de barbero, mientras el vestuario de las damas se sitúa en una especie de renacimiento, produce un aire conjunto muy atractivo desde el punto de vista estético. Identificamos todas las referencias y no nos molestan porque su objetivo es plástico, no conceptual.
Es esa decisión, la directora no busca trasladarnos una idea. Busca la belleza. Y lo consigue. Desde ese punto de vista, su puesta en escena es hermosa, sugerente, evocadora.
Agilidad.
Esta es quizás, a mi entender, la característica que mejor la define. Pimenta prima lo narrativo. Está contando una historia aunque sea de otros tiempos y se base en unos valores ya arcaicos. Lo hace como siempre, generando movimiento, pequeños detalles y coreografías que van salpicando la trama, que la guían y nos ayudan, referencias que no por obvias son menos necesarias. También en este punto hay un toque de estética. Lo más importante es que el relato avance sin descanso pero con esa aparente ligereza. Los montajes de esta directora respiran. Incluso textos tan densos como este, lo consigue
En ningún caso se hunden bajo el peso de las ideas que siempre se mantienen en un nivel de agradable superficialidad. No sé si es humildad, o asunción de la inteligencia del público, al que no hay que machacar con cualquier hallazgo. O simplemente inteligencia escénica.
.Para ello, utiliza múltiples elementos y ninguno lo desgasta. La música y la voz, los acompañantes a modo de heraldos de la tragedia, la iluminación, la presencia de actores fuera de sus escenas, el gran espejo.... Todo ello sirve para trasladarnos a ese lugar algo abstracto de un castillo de secretos y susurros, a ese ámbito oscuro que es la sociedad del momento pero también el interior de esos cinco personajes atrapados.
La visualidad de Pimenta la acerca al cómic en su efectismo. Y se recibe de forma directa y clara, como si convirtiese en imágenes las acotaciones.
Y por último, volvemos al inicio, el respeto.
Porque siempre, entre ese conjunto de imágenes sugerentes, surge con total perfección y en todo su volumen, el verso de Lope.
El castigo sin venganza es una tragedia feroz, terrible, un drama de honor donde los lazos familiares se destruyen, donde el honor es más importante que la vida, donde no existe ningún tipo de piedad para nadie.
Podría ser, y así fue otra representación que conocí, un ahogo, un golpe, un puñetazo. En este caso, Pimenta consigue que hasta se cuelen retazos de humor, sin por ello perder ni un gramo de su grandeza.
Está el horror. Y posiblemente es tanto que no hace falta oscurecerlo más, darle mayor densidad.
Y que bien dicen el verso sus intérpretes. En el campo interpretativo, hay tal vez un error de casting en la figura de Rafa Castejón, que, estando más que correcto, no consigue transmitir la pasión que se le supone a este Hipólito. Es un galán maduro, quizás demasiado para la sensualidad de Beatriz Arguello. Aun así, la escena de la entrega de ambos, tiene una belleza sanguinea, un color único Notario llega a niveles de un Lear. Gallardo, la furia de una Némesis. Me cuesta generalmente disfrutar de los graciosos y sin embargo, aplaudo en todo momento la composición que Carlos Chamarro hace del criado Batín.
La Compañía Nacional de Teatro Clásico nos ha dado hasta ahora montajes como este y muchos otros excelentes a la hora de que los clásicos del Siglo de Oro ocupen para el público el lugar que les corresponde.
Cambia de director.
Tengo, como muchos, ciertas dudas sobre el relevo.
Sólo espero que un valor seguro como Helena Pimenta siga visitando, aunque sea como directora invitada, el Teatro de la Comedia. Me gusta mucho su forma de verlos.
Disfrutemos de esta, su última temporada.

Público


 

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