Documental.
Esta es, una de esas películas alabada por la crítica, aplaudida en cada festival por el que pasa, y que sin embargo, cuando consiguió llegar a las pantallas en nuestro país, fue por diez minutos.
Una pena.
Pero, como ya he comentado alguna vez, la forma de ver cine ha cambiado. De hecho, debería de buscarse una palabra diferente para no identificar arte y local de proyección.
Es cierto que han irrumpido las plataformas digitales. También hay saturación con dificultades para estar al día, y además, hay que decirlo, también hay poca generosidad por parte de los distribuidores.
Al final, es como leer libros en tapa dura o esperar a la edición de bolsillo.
Gracias a eso, pueden verse películas tan humildes y tan difíciles como esta.
Porque es verdad, Trinta Lumes no es sencilla.
Como punto de partida, es un documental. Ante nuestra mirada se abre un paisaje que parece perdido en los montes. Un mundo de lluvia y silencio, de días sin sol.
Y de hombres y mujeres que viven casi fundidos en la tierra.
Una Galicia ancestral y presente.
La mirada de la directora es sincera y precisa. Además consigue dotar las imágenes de una pátina de inquietud. No sólo porque su protagonista, una niña, nos cuenta que en su aldea conviven vivos y muertos. Hay densidad, silencio, vacío.
Lo más importante es la decisión de su directora. Saltar del documental a la ficción. Convertir este documento geográfico en un cuento de miedo.
Es un giro precioso e inteligente.
Y que además abre una nueva vía, porque en el cine, en el arte, cabe todo.
Lo importante es que pueda llegar. Que podamos disfrutarlo.
Público
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