CINE: THE RIDER de Chloe Zhao

USA. 2018
Brady Jandreau. Tim Jandreau. Lilly Jandreau. Leroy Pourier. Cat Clifford. Tanner Langdeau

Muchos hemos crecido con mucho de western.
Nuestra infancia, entre novelas y cine se movían con piratas, ladrones y, por supuesto, vaqueros.
Eran hombres duros habitando grandes paisajes. Hombres solitarios que tomaban sus propias decisiones.
Zhao no traiciona estos códigos.
Nos regala la belleza de horizontes inmensos, de cielos únicos, de siluetas que se recortan en el amanecer yen el crepúsculo.
También pone en el centro a un hombre sólo y solitario. Un joven que tiene que decidir el nivel de riesgo que está dispuesto a asumir por una remota posibilidad de alcanzar sus sueños.
La película empieza con una herida brutal, la que cruza su craneo, nos la muestra en toda su crudeza mientras el herido se quita las grapas de la costura. Es fruto de un accidente en un rodeo. Esa es su profesión que, por recomendación médica debe de abandonar para siempre, aunque el pretenda que sólo está recuperándose temporalmente. El futuro, sin ninguna preparación y en un entorno con no demasiadas posibilidades, es desesperanzado, pero no parece que al joven le preocupe tanto la dimensión económica del problema como la épica. Perder la admiración de los demás, su propia entidad, y la sensación de libertad que le produce.
El tono de la narración es pausado, meticuloso, casi de docudrama. Cuando leo al terminar que es una historia real y que está interpretada por sus protagonistas, no puedo más que entender porque tengo la sensación constante durante las dos horas que dura, de que la película tiene alma, de que es algo especial.
No es crepuscular. Es casi una elegía. Pero ese camino de derrota, el que nos muestra la deriva de los cowboys, la decrepitud de aquellos que algún día fuero nuestros héroes, está trufado de respeto y de empatía.
Ya no hay futuro. Queda miseria económica, poca educación y muchas víctimas, espacios vacíos y una vida con pocos horizontes, una vida al minuto de placeres instantáneos, de matar el tiempo, de soportar la nada.
Pero aun así, la directora se pega a sus rostros, en especial el de su protagonista, y consigue explorar y mostrar su grandeza.
Puede verse The Rider como un largo poema lineal, un bello romance. Un alarde de lirismo visual e íntimo. Y a su alrededor, con este aura de leyenda, consiguen sus creadores que emerja una mitología, la del crepúsculo. Nos sentimos bien admirando a esas deidades que nos han mostrado sus vidas sin mentiras, transparente, con todas sus heridas y cicatrices.
Vuelvo al inicio.
Que extraña sensación saber Brady está protagonizando su propia historia, que no interpreta sino siente de verdad su desesperanza, su dolor por su amigo, su frustración, su amor por su hermana, su respeto hacia su padre....
Nos han regalado verdad y belleza, que más se puede pedir.

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