CINE: EL REINO de Rodrigo Sorogoyen

España 2018
Antonio de la Torre. Mónica López. José María Pou. Nacho Fresneda. Ana Wagener. Barbara Lennie. Luis Zahera. Francisco Reyes. María de Nati. Paco Revilla. Sonia Almarcha. David Lorente. Andrés Lima. Oscar de la Fuente. Laia Manzanares.

La última escena de El Reino, esa pregunta sin respuesta, coincide con la que yo, y seguramente muchas personas, nos hemos hecho muchas veces. Es difícil ponerse en la situación de esa colección de personajes que nos han avergonzado en los últimos años con una corrupción endémica. Difícil pensar como puede alguien tener tan pocos escrúpulos y considerarse merecedor de unos derechos materiales casi pornográficos, frente al resto de la población.
Posiblemente pueda calificarse el epílogo de la cinta, como el crítico en El Mundo, algo didáctico, pero personalmente me parece necesario: es cierto que Sorogoyen consigue una vez más una muy buena muestra de cine de género negro, un tenso thriller, pero está bien que ayude a que no veamos la corrupción con la distancia de la ficción y que no olvidemos que detrás de cada caso, hay un ser humano responsable, no un personaje.
Cine útil por lo tanto.
Pero también, eso es cierto, buen cine negro.
El director acierta con un comienzo que, en varias escenas, nos muestra la inaceptable actitud de los corruptos, su descaro, su derroche. Y también su escasa educación, su vergonzosa ostentación.
A partir de ahí se desarrolla la epopeya de ese personaje que, una vez más hace totalmente real un gran Antonio de la Torre.
Manuel es un político autonómico con excelentes perspectivas hasta que las circunstancias le ponen en el ojo del huracán.
Será cuando comprenda que esta solo. Que siempre se cae solo. Y será también cuando decida que no va a aceptarlo.
El el paisaje de El Reino es extraño encontrar una punta de la política que no esté podrida. Uno de los aciertos del guion es ser generalista y en ningún momento crear referencias que puedan vincularlo a un partido concreto. De hecho, existen referencias cruzadas que podrían dirigirnos a objetivos contradictorios.
También es perfecto en una estructura que podría resultar compleja y que funciona en un perfecto equilibrio para impulsar con fluidez la narración. Para ello, el soporte son unos personajes perfectamente dibujados e interpretados en un conjunto homogèneo.
La primera película que conocí de Rodrigo Sorogoyen fue Estocolmo, una pequeña, triste y hermosa historia de una noche, delicada, y muy bien escrita y dirigida. Desde ahí, nos ha regalado ya dos muestras de cine negro, sólido, y en las que la tensión se convierte en savia que recorre estas historias de principio a final.
Esta vez, además se pega a la realidad.
Ya podemos considerarle uno de los creadores más interesantes y potentes de nuestro panorama cinematográfico.
Esperemos la siguiente, con avidez.

Público

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