Probablemente , para los que por nuestra edad o cultura, no hemos vivido etapas de conflictos ideológicos directos de envergadura, el teatro político nunca haya sido muy actual . Conocemos, eso sí, referencias de piezas que actuaron como catalizadores, que removieron conciencias y cumplieron mejor que nadie la función más sublime del arte: cambiar el mundo.
Sin embargo para mi son obras de teatros histórico con cierto matiz de arqueología.
Quizás por eso no consigo entrar en este ambicioso drama de Stoppard , que recorre en más de veinte años y con Praga y Cambridge como escenarios, la caida de las ideologías ante la realidad de su puesta en pie . Algo por otro lado que no tiene nada de sorprendente dado que los últimos lustros ya se han encargado de demostrarlo.
Me quedo con los seres humanos, ese comunista capaz e aferrarse a una idea, la inocencia dañina de la visión excesivamente intelectual de la existencia, las dudas y la nostalgia. Pero hay muchos momentos en que me cuesta encontrarlos entre el entramado didáctico que los envuelve.
Me quedo también con el sólido montaje de Rigola, siempre equilibrado y controlado, no así con las interpretaciones que encuentro irregulares y declamatorias, posiblemente bajo el difícil peso de los discursos.
El Matadero sigue siendo un maravilloso escenario. Y la magia del teatro permite que donde hace unos meses vimos a Shakesperare hoy veamos Stoppard.
Público
Sin embargo para mi son obras de teatros histórico con cierto matiz de arqueología.
Quizás por eso no consigo entrar en este ambicioso drama de Stoppard , que recorre en más de veinte años y con Praga y Cambridge como escenarios, la caida de las ideologías ante la realidad de su puesta en pie . Algo por otro lado que no tiene nada de sorprendente dado que los últimos lustros ya se han encargado de demostrarlo.
Me quedo con los seres humanos, ese comunista capaz e aferrarse a una idea, la inocencia dañina de la visión excesivamente intelectual de la existencia, las dudas y la nostalgia. Pero hay muchos momentos en que me cuesta encontrarlos entre el entramado didáctico que los envuelve.
Me quedo también con el sólido montaje de Rigola, siempre equilibrado y controlado, no así con las interpretaciones que encuentro irregulares y declamatorias, posiblemente bajo el difícil peso de los discursos.
El Matadero sigue siendo un maravilloso escenario. Y la magia del teatro permite que donde hace unos meses vimos a Shakesperare hoy veamos Stoppard.
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